Para comenzar nuestra oración nos ponemos en la
presencia del señor, le pedimos luz al Espíritu Santo para que nos ilumine y
nos ayude a seguir creciendo en esta relación de amistad que es la oración. Hoy
especialmente le pedimos que nos ayude a entrar y profundizar en el camino de
la cuaresma.
Hoy primer domingo de cuaresma, la Iglesia nos muestra
unas lecturas que son toda una catequesis sobre nuestra condición humana,
nuestro pecado y el camino que nos muestra Jesús. Con esta gran ayuda que son
las lecturas de hoy os propongo tres ideas para la oración.
Somos pecadores. En
el relato del Génesis, se cuenta como Dios nos crea de la nada, nos da la vida
y nos da múltiples dones. Sin embargo, en nuestro interior esta esa mancha de
pecado, esa serpiente que nos tienta, nos pregunta y nos sugiere todo tipo de
cosas. Ante esto pueden surgirnos varias preguntas: ¿Somos conscientes de esta
realidad, o damos por hecho que nosotros no tenemos tentaciones? ¿Cómo afrontó
estas tentaciones? ¿Caigo en la cuenta de que antes que nada soy criatura,
creado y amado por Dios y debo actuar en consecuencia?
El pecado no es el final. El salmo de hoy, salmo 50, canta lo que hay después
del pecado, el arrepentimiento. Si leemos el salmo con atención, podemos ver
que es un arrepentimiento en positivo, un arrepentimiento con fe y amor. Es un
caer en la cuenta de que Dios tiene la capacidad de cambiarlo todo, de sanar
nuestras heridas y en definitiva es volver a ponerle en el puesto que se
merece, Dios creador. Muy unido a este salmo tenemos la carta de San Pablo, que
nos recuerda que, igual que el pecado nos condena, no todo se acaba ahí, sino
que hay un hombre por encima de todos, Jesús, que nos salva.
Jesús hombre conmigo. Por último, el evangelio nos presenta el pasaje de las
tentaciones de Jesús en el desierto. Este pasaje es muy profundo y
permite sacar muchísimas enseñanzas de él. Para concluir lo explicado
anteriormente, os propongo incidir en la humanidad de Jesús en este pasaje.
Jesús se hace hombre, es hombre como tú y como yo, para compartir nuestro
sufrimiento y salvarnos de nuestros pecados. Ese ir al desierto y ser tentado,
es pasar por lo que pasamos nosotros en nuestro día a día con las tentaciones y
debilidades. Que esta cuaresma veamos en las dificultades la oportunidad de ser
acompañados por Jesús en el desierto y desde ahí dejarnos salvar.
Finalmente, después de meditar estas ideas reservad un
pequeño tiempo para tener un coloquio con María nuestra madre que siempre nos
espera con los brazos abiertos deseando escucharnos.
¡Seamos almas de oración, que no es ser almas de
grandes luces, sino de grandes desiertos! (Abelardo.)