Empezamos la oración ofreciendo al Señor
nuestras intenciones, acciones y operaciones para que sean puramente ordenadas
al servicio y alabanza de Su divina majestad.
En este sábado después de Ceniza, la
clave de las lecturas se centra en la Misericordia de Dios. Parece
que el texto de Isaías está hecho para Mateo, o Leví, como se le llama en el
Evangelio de San Lucas… “Cuando alejes de ti la opresión, el dedo
acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al
alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía…
Te conduciré sobre las alturas del país y gozarás del patrimonio de Jacob, tu
padre”. Es el paso del pecado a la gracia, el punto de inflexión donde, por
pura Misericordia de Dios, Dios nos llama…. y dejamos el hombre viejo.
Podríamos empezar la oración desde esta perspectiva, poniéndome en los pies de
Mateo y sintiéndome destinario de ese mensaje.
El que ha experimentado su propia
miseria es capaz de no juzgar los pecados del prójimo, pues se sabe de peor condición y, sobre todo, se
sabe perdonado. Los fariseos estaban cegados por la soberbia de creerse
superiores… “¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?” Habían
de dejado ya de lado el “Misericordia quiero y no sacrificios”. El
culto a lo exterior los había dejado vacíos. Faltos de interioridad
vivían de la apariencia. ¿Acaso no pasa esto también con nosotros?... Hace
unos días veía en internet un fragmento de la película “El mayor regalo” de
Juan Manuel Cotelo. Personas que habían sido víctimas de la guerrilla
colombiana. Se mostraban los testimonios de estas personas perdonando de
corazón al verdugo de un hijo, de un hermano. Para quedarse perplejo. Que bien
entendieron lo medular del Evangelio de hoy… “No necesitan médico los
sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores a que se conviertan”. Sin duda esa actitud sólo puede ser fruto
de un encuentro personal con Jesucristo. Que nosotros también en este día
encarnemos a ese Cristo que no cesa de perdonarnos y nos llama continuamente a
convertirnos. Le pedimos de manera especial a Santa María, hoy sábado, la
gracia de la santidad, el milagro que más le agrada dispensar.