26 febrero 2020. Miércoles de Ceniza – Puntos de oración


Ven Espíritu Santo… ilumina nuestras inteligencias, fortalece nuestras voluntades, enciende nuestros corazones en el fuego de tu Amor. En este comienzo de la Cuaresma, concédeme silencio de corazón hacia las cosas creadas, disponibilidad interior para ser alcanzado por el Amor, y ser enviado a la misión en disponibilidad.
La invitación de hoy es muy sencilla: rumiar las lecturas, y pedir que la gracia de permanecer allí donde el Espíritu me está alcanzando, y abrirme a la gracia desbordante que esta Cuaresma se nos quiere conceder. Te propongo una oración en tres tiempos:
1. Leer y meditar las lecturas. ¿De qué me hablas, Señor? ¿Qué me viene hoy a la cabeza y al corazón con fuerza al leer ese “Rasgad los corazones y no las vestiduras” de la primera lectura?  ¿Qué resuena en mí cuando el evangelio nos invita a esconder a nuestra mano izquierda la limosna que hace la derecha, a sonreír si ayunamos de algo? “Tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará”
2. Aún tenemos en la retina la imagen del funeral de Abelardo de Armas. Él recibió una gran gracia en la clausura de sus 50 años de vida. Habiéndole visto morir reducido a la nada, es posible romper las ataduras de nuestros miedos, derrotar a nuestros ídolos con el nombre de Jesucristo, porque si en la vida de Abe triunfó el Amor, en nosotros también puede hacerlo en esta Cuaresma, si abandonamos brillos y maquillajes postizos para dejarnos mirar con Amor por Dios Padre en la desnudez de nuestra pobreza. Así relata él la gracia de las manos vacías, la inmensa gracia que pidió (y se le concedió) para toda la Institución:
Quiero comunicaros que todas vuestras oraciones y sacrificios ofrecidos con motivo de mi cumpleaños debieron caer en mi alma cuando la mañana del 17 de febrero ofrecía la Misa con cuatro hermanos míos, en el Carmelo de Duruelo.
Era la gracia de ver mi nada en el momento de nacer. Cuando por no tener, carecía hasta de la vida de la gracia. Vi mi cuerpecito sucio de niño recién nacido, atendido y acariciado por la ternura de una madre que, hasta el cariño que volcaba en mí, era puesto por Dios en su corazón.
Y deseé morir como nací. Nacer a la vida eterna como a la temporal. Si el ser se me dio gratis y la gracia del bautismo sin merecimiento alguno, así en la plenitud de mi nada deseo entrar con las caricias de la Madre del cielo en el regazo del Padre. Por pura gracia y con las manos vacías. Ser pura, purísima alabanza de Dios, Autor de todas mis obras que ha obrado Él en cuanto hayan sido buenas. Y glorificador de las auténticas mías, las malas, que su misericordia lavó con la sangre derramada por mi Salvador en la Cruz.
En aquella acción de gracias, bajo el influjo de esa canción, Dios me iba haciendo a mí sentir un deseo inmenso… de que me dejase manejar en mi nada, y comprender entonces que toda la vida (no solo la mía, sino la de cada uno) es un milagro de exquisita misericordia de Dios. Y yo me iba diciendo aquel día: “Señor, hoy hace 51 años que nací. Yo no hice ningún mérito para nacer. Yo no me escogí a mí mismo; me escogiste tú, me sacaste desde la eternidad. Y hoy nací yo, por pura misericordia, por pura gracia tuya. Y entré en la tierra por tu pura gracia.
Y lo primero que encontré fue una madre, que me cuidaba y que tenía puesto ese instinto maternal que es tu amor de Padre de los cielos puesto en las madres de la tierra para que te cuiden. Porque es mi madre quien me está amando, pero es Dios quien ha creado a mi madre para que me ame. Y al poco tiempo, enseguida, me bautizaron, y entraste en mi corazón. Yo no hice ningún mérito para recibir la gracia del bautismo.
Entonces, Señor, si mis primeros pasos fueron pura gracia, ¿por qué mi nacimiento a la eternidad no tendría que ser también pura gracia? Y entrar en el cielo como entré en la tierra: con las manos vacías… ¡Qué bonito sería vivir así, siempre con las manos vacías!
No me daba cuenta de lo que pedía… Desde entonces la gracia que yo he recibido es que veo mis manos totalmente vacías. No tengo ningún acto de virtud… Y no sólo no tengo actos de virtud, es que no los quiero. No quiero tener virtudes. Quiero que mi única virtud sea la confianza que nace de la virtud de Él.
A partir de ese momento la gracia mayor para mí ha sido quedar inasequible al desaliento. Por mucha miseria que contemple en mí; ésa sí que es mía… Sentí un gozo grande al pensar que se cumplía lo de mis manos vacías, que entraba en el cielo por pura misericordia, para estar en el último rinconcito…
Y aquello era tan grande para mí, una gracia tan inmensa, que la pedí para toda la institución, y tengo la confianza de que se me concedió.
3. Permanecer en silencio ante el Amor, y terminar con un coloquio íntimo con Cristo. Lo que aquí se me promete no se llevará a cabo imitando a Abe, sino dejando abrasar mi miseria por el Amor de Dios, el mismo que le transformó a él. Por tanto, permanecer en silencio en él… Esto puede ser mi Cuaresma: dejar triunfar al Amor de Cristo crucificado y resucitado en mi vida, y hacer de Él, nuestra riqueza. Pedir, pues, entrar en este tiempo de gracia, con las manos vacías, dispuesto a acoger el Amor de Dios, gratuito, inmenso, misericordioso.
Santa María, que mi vida sea edificada sobre la roca del Amor de Dios trabado con mi pobreza, no sobre el éxito y voluntarismo humanos que tratan de disimular mi completa incapacidad de ser santo por mis propias fuerzas. Madre Buena, que crea en Su Amor para conmigo.

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