Podemos empezar nuestro momento de
oración, tras ponernos en la presencia de Dios y ofrecerle de nuevo todo el día
de hoy, pronunciando lenta y repetidamente la frase del salmo:
Dichoso el hombre que ha puesto su
confianza en el Señor
Hagámoslo con suavidad, y como si el
tiempo se hubiera detenido. Y vamos a incluirnos. Nosotros somos dichosos,
bienaventurados, porque hemos puesto nuestra confianza en el Señor.
Te preguntarás: pero si soy un desastre,
no doy pie con bola, no me fío de nadie, y de Dios pocas veces. Pero yo te
digo: sólo el hecho de estar leyendo estas líneas ya supone que has puesto tu
confianza en el Señor, al menos por un momento. Y él quiere hablarte ahora al
corazón.
Y te dice, con la primera lectura: “yo
te mando hoy amar al Señor tu Dios, seguir sus caminos, observar sus
preceptos…” Porque así “vivirás y crecerás”.
E insiste: “Elige la vida, para que
vivas”.
Es otra forma de decirte: Dichoso
el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
El Señor nos sigue hablando, esta vez ya
con el Evangelio, y nos dice: “Si alguno quiere…”
Tras hablar de su propio camino, de un
camino de dolor, sufrimiento y cruz, humildemente nos pide: “Si alguno quiere…”
Moisés insistía en transmitir un mensaje
de Dios: “Yo te mando hoy”. Pero ahora, llegada la plenitud de los tiempos, el
Hijo de Dios hecho hombre, nacido en la suma pobreza, que ha vivido la
redención oculto treinta años en Nazaret, nos dice: “Si alguno quiere…”
Que nosotros hoy, fiados en su Palabra,
le digamos: Sí Señor, yo quiero seguirte, cargando con mi cruz, que tú llevas
por mí. Quiero que el camino cuaresmal que iniciamos consista en seguir tus
huellas de amor, el sendero estrecho que lleva a la vida. Sendero que implica
perder la vida por causa de Jesús. Es decir, renunciar a nuestros egoísmos, a
esas pequeñas cosas que creemos imprescindibles para nuestra felicidad y que no
hacen sino cortarnos las alas para seguir a Cristo.
Revisemos nuestra vida, revisemos
nuestro corazón, como le pedía Dios al pueblo elegido por medio de Moisés. Y
elijamos el camino de la vida, amando al Señor, escuchando su voz,
adhiriéndonos a él, pues él es nuestra vida.
Terminemos este rato de oración dando
gracias al Señor y asociándonos a María en su canto del Magníficat, que
nosotros podemos hoy orar repitiendo de nuevo:
Dichoso el hombre que ha puesto su
confianza en el Señor.