Podemos definir la oración como el encuentro personal
con el amor de Jesús que nos salva. Esta definición coincide con el epígrafe de
los números 264 al 267 de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del
Papa Francisco. El papa nos habla de la primera motivación para
evangelizar que es el amor de Jesús que hemos recibido.
Hoy, también nos pueden ayudar las palabras del Papa
como motivación para la oración: “Puestos ante Él con el corazón abierto,
dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada de amor… ¡Qué dulce es
estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente
ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra
existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es
que, en definitiva, «lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos» (1 Jn
1,3).
En la primera lectura el Apóstol Santiago reprende a
los primeros cristianos porque no acaban de dejar las actitudes paganas, les
llama: ¡Corazones adúlteros! ¿No sabéis que amar el mundo es odiar a
Dios? El apóstol no refiere evidentemente a todo el bien que hay en el
mundo sino a las pasiones desordenadas que están en el corazón del
hombre. “Pedís y no recibís, porque pedís mal. No tenéis, porque no
pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras
pasiones”…”Dios se enfrenta con los soberbios y da su gracia a los humildes”.
El Evangelio es de san Marcos y comienza con el
segundo anuncio de la Pasión del Señor mientras va de camino con sus discípulos
hacia Cafarnaún. Todo el evangelio de san Marcos nos encamina hacia la cumbre
del Calvario. La vida de Jesús es un subir a la cruz donde morirá por nuestros
pecados. Esto cuando Jesús se lo anuncia a sus discípulos no lo
entienden. “Y les daba miedo preguntarle”. ¿No nos pasa a nosotros
lo mismo? ¿No tenemos también miedo a la verdad? Invoquemos al Espíritu Santo,
siempre, pero más durante la oración para que nos explique el misterio pascual,
el misterio de Cristo muerto y resucitado.
Y cuando llegaron a Cafarnaún fue Jesús quien preguntó
a los discípulos: “¿De qué discutíais por el camino? Ellos no
contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante”. El
Evangelio no ensalza a los apóstoles, no oculta su pobre condición humana, más
bien insiste en calificarles de mente cerrada y estrecha. Tampoco oculta sus
pasiones, sus deseos de mandar, de ser estimados, de ser importantes.
Aquí Jesús les da una lección práctica. “Y, acercando a un niño, lo
puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como éste
en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al
que me ha enviado. Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el
servidor de todos.”
Meditemos lo que significa ser servidor de todos, como
nos pide Jesús. No es fácil en medio del mundo, de este mundo que busca la
comodidad, el ser servido, la vanidad, las apariencias…
Y terminemos también con unas palabras del Papa Francisco,
de la misma Exhortación Apostólica, nº 267: “Unidos a Jesús, buscamos
lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva, lo que buscamos es la
gloria del Padre, vivimos y actuamos «para alabanza de la gloria de su gracia»
(Ef 1,6).