El Evangelio de este día de la
Presentación del Señor, nos daría pie para varias meditaciones..., pues
podríamos dividirlo en tres momentos preciosos: El primero: La
Presentación del Niño. El segundo: La profecía de Simeón,
tanto sobre el Niño, como sobre la Madre... Y el tercero: La
profetisa Ana y su encuentro con la Sagrada Familia.
A mí me gustaría rescatar de esos tres
momentos, tres frases lapidarias, las
cuales os brindo para vuestra oración de hoy, si es que os ayuda:
La primera frase: «Ahora,
Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos
han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz
para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».
La vida de Simeón quedo cumplida, cuando
pudo contemplar con sus propios ojos al Salvador del mundo… Podríamos
decir, que es lo mismo que nos sucederá a nosotros, cuando después de la muerte
entremos en la Vida Eterna y podamos exclamar: ¡Ahora Señor, se ha cumplido
plenamente tu promesa sobre mí, pues por la Encarnación de tu Hijo Jesucristo,
yo he alcanzado la salvación de mi alma...! ¡Veremos, contemplaremos, y seremos
asumidos eternamente, en una exultación de gozo pleno y total...!
La segunda frase: “Mira,
éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una
bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti,
una espada te traspasará el alma.”
Y en contraposición con la Vida Eterna,
vemos que en esta vida no hay una alegría, ni un gozo perpetuo..., pues
mientras peregrinamos por este mundo, tenemos que asumir que la salvación que
Jesucristo nos alcanzó, se hace realidad día a día, juntamente con las espadas
que traspasarán nuestra alma…
Y la tercera frase: El testimonio de la profetisa Ana: “Acercándose
en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que
aguardaban la liberación de Jerusalén.”
Esta santa mujer, habiendo conocido el
mundo y lo que el mundo le ofrecía, puedo optar, no obstante, por una vida
santa y una dedicación plena y total a Dios; pues “no se apartaba del
templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.” Creo que
todos nosotros, también podemos hacer lo mismo que hizo ella, seguir en el
mundo en el que Dios nos ha puesto, y servir a Dios con nuestra oración,
penitencia, y testimonio…
No quisiera cerrar esta reflexión, sin
hacer una pequeña mención a que, en este día, la Iglesia celebra la XXIV
Jornada Mundial de la Vida Consagrada. El
papa Francisco en un día como hoy, el año pasado, nos dijo entre otras cosas
que: “Esto es la vida consagrada: Alabanza que da alegría al pueblo
de Dios… y visión profética que revela lo que importa…” Pidamos,
mis queridos hermanos para que la vida consagrada siga siendo, como lo fue la
vida de Simeón y de Ana, una alabanza y una visión profética de Dios en medio
de este mundo contemporáneo…