* Primera lectura: Santiago es realista y nos da signos concretos y palpables que nos permitan
discernir la "verdadera sabiduría" de la falsa. La Fe no es resultado
de altas consideraciones intelectuales. El verdadero criterio de la
Fe se encuentra en la “vida”. ¿Cuál es nuestra conducta? ¿Qué obras son
las nuestras? Puede haber mucha más Fe en un alma humilde, sin grandes ideas,
que en el cerebro de un teólogo o de un intelectual. Pidamos al
señor que nuestra vida, nuestra conducta cotidiana y nuestras obras estén
llenas de su Sabiduría.
La sabiduría que viene de Dios es
rectitud, paz, comprensión, misericordia… El sabio se manifiesta no en el
cúmulo de conocimientos adquiridos, sino sobre todo en su adecuado
comportamiento, fruto precisamente de la docilidad a la sabiduría y a la verdad.
Sería conveniente detenerse y dejar que,
hasta el fondo de nosotros mismos, se deslizaran estas palabras, una a una,
gota a gota. Los frutos de justicia se siembran en la paz para los artesanos de
la paz y generan paz. Con estos criterios, hagamos la "verificación",
el balance de nuestras jornadas.
* Salmo: La Ley del Señor es perfecta, pues no ha sido elaborada
y promulgada por personas humanas, falibles como nosotros. Dios sabe cuáles son
los caminos que nos conducen a un encuentro personal con Él, para recibir su
perdón, su amor y su salvación. Por eso en la Ley del Señor
encontramos reflejada la Sabiduría de Dios y sus preceptos se
convierten para nosotros en luz que ilumina nuestro camino. Cumplir confiada y
amorosamente la Ley del Señor nos hace ser un signo de su Amor y de su
Sabiduría para todos los pueblos. Sin embargo, llegada la plenitud de los
tiempos, Jesucristo que es la Sabiduría eterna, engendrada por el
Padre Dios antes de todos los tiempos, se hizo uno de nosotros y se convirtió
en el único Camino, en el único Nombre bajo el cual podemos alcanzar la
salvación, la unión plena con Dios, no como siervos sino como hijos
suyos. Reavivemos nuestra fe en Cristo para que, a través del tiempo, nosotros
seamos un signo de esa Sabiduría de Dios para cuantos nos traten.
* Evangelio: La
humildad y la confianza son palancas que mueven el corazón de Dios.
Tomamos estas palabras del Beato
Charles de Foucauld (l858-1916), ermitaño en el Sahara, de sus
Escritos espirituales. Meditaciones sobre el Evangelio
“¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!”
La virtud que el Señor recompensa, la
virtud que Él alaba es casi siempre la fe. Algunas veces, alaba el amor, como
en el caso de Magdalena. Algunas veces la humildad, pero estos ejemplos son
raros. Es casi siempre la fe que recibe su aprobación y su alabanza... ¿Por
qué?... Sin duda porque la fe es la virtud, aunque no la más alta (la
caridad le pasa delante), por lo menos la más importante, porque es el
fundamento de todas las otras, incluida la caridad, y también porque la fe es
la más escasa...
Tener fe, verdadera fe que inspira toda
acción, esta fe en lo sobrenatural que despoja al mundo de su máscara y muestra
a Dios en todas las cosas; la fe que hace desaparecer toda imposibilidad, que
hace que las palabras de inquietud, de peligro, de temor no tengan ya sentido;
la fe que hace caminar por la vida con serenidad, con paz, con alegría
profunda, como un niño cogido de la mano de su madre; una fe que coloca al alma
en un desapego tan absoluto de todas las cosas sensibles que son para ella nada
y como un juego de niños; la fe que da una tal confianza en la oración, como la
confianza del niño que pide una cosa justa a su padre; esta fe que nos enseña
que “todo lo que se hace fuera del agrado de Dios es una mentira”, esta fe que
hace ver todo bajo otra luz distinta -a los hombres igual que a Dios-: ¡Dios
mío, dámela! Dios mío, creo pero aumenta mi fe. Dios mío haz que ame y que
cree, te lo pido por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
ORACIÓN FINAL
Dios todopoderoso, que, según lo anunciaste
por el ángel, has querido que tu Hijo se encarnara en el seno de María, la
Virgen, escucha nuestras súplicas y haz que sintamos la protección de María los
que la proclamamos verdadera Madre de Dios. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.