24 febrero 2020. Lunes de la VII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Primera lecturaSantiago es realista y nos da signos concretos y palpables que nos permitan discernir la "verdadera sabiduría" de la falsa. La Fe no es resultado de altas consideraciones intelectuales. El verdadero criterio de la Fe se encuentra en la “vida”. ¿Cuál es nuestra conducta? ¿Qué obras son las nuestras? Puede haber mucha más Fe en un alma humilde, sin grandes ideas, que en el cerebro de un teólogo o de un intelectual. Pidamos al señor que nuestra vida, nuestra conducta cotidiana y nuestras obras estén llenas de su Sabiduría.
La sabiduría que viene de Dios es rectitud, paz, comprensión, misericordia… El sabio se manifiesta no en el cúmulo de conocimientos adquiridos, sino sobre todo en su adecuado comportamiento, fruto precisamente de la docilidad a la sabiduría y a la verdad.
Sería conveniente detenerse y dejar que, hasta el fondo de nosotros mismos, se deslizaran estas palabras, una a una, gota a gota. Los frutos de justicia se siembran en la paz para los artesanos de la paz y generan paz. Con estos criterios, hagamos la "verificación", el balance de nuestras jornadas.
Salmo: La Ley del Señor es perfecta, pues no ha sido elaborada y promulgada por personas humanas, falibles como nosotros. Dios sabe cuáles son los caminos que nos conducen a un encuentro personal con Él, para recibir su perdón, su amor y su salvación. Por eso en la Ley del Señor encontramos reflejada la Sabiduría de Dios y sus preceptos se convierten para nosotros en luz que ilumina nuestro camino. Cumplir confiada y amorosamente la Ley del Señor nos hace ser un signo de su Amor y de su Sabiduría para todos los pueblos. Sin embargo, llegada la plenitud de los tiempos, Jesucristo que es la Sabiduría eterna, engendrada por el Padre Dios antes de todos los tiempos, se hizo uno de nosotros y se convirtió en el único Camino, en el único Nombre bajo el cual podemos alcanzar la salvación, la unión plena con Dios, no como siervos sino como hijos suyos. Reavivemos nuestra fe en Cristo para que, a través del tiempo, nosotros seamos un signo de esa Sabiduría de Dios para cuantos nos traten.
EvangelioLa humildad y la confianza son palancas que mueven el corazón de Dios.
Tomamos estas palabras del Beato Charles de Foucauld (l858-1916), ermitaño en el Sahara, de sus Escritos espirituales. Meditaciones sobre el Evangelio
“¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!”
La virtud que el Señor recompensa, la virtud que Él alaba es casi siempre la fe. Algunas veces, alaba el amor, como en el caso de Magdalena. Algunas veces la humildad, pero estos ejemplos son raros. Es casi siempre la fe que recibe su aprobación y su alabanza... ¿Por qué?... Sin duda porque la fe es la virtud, aunque no la más alta (la caridad le pasa delante), por lo menos la más importante, porque es el fundamento de todas las otras, incluida la caridad, y también porque la fe es la más escasa...
Tener fe, verdadera fe que inspira toda acción, esta fe en lo sobrenatural que despoja al mundo de su máscara y muestra a Dios en todas las cosas; la fe que hace desaparecer toda imposibilidad, que hace que las palabras de inquietud, de peligro, de temor no tengan ya sentido; la fe que hace caminar por la vida con serenidad, con paz, con alegría profunda, como un niño cogido de la mano de su madre; una fe que coloca al alma en un desapego tan absoluto de todas las cosas sensibles que son para ella nada y como un juego de niños; la fe que da una tal confianza en la oración, como la confianza del niño que pide una cosa justa a su padre; esta fe que nos enseña que “todo lo que se hace fuera del agrado de Dios es una mentira”, esta fe que hace ver todo bajo otra luz distinta -a los hombres igual que a Dios-: ¡Dios mío, dámela! Dios mío, creo pero aumenta mi fe. Dios mío haz que ame y que cree, te lo pido por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
ORACIÓN FINAL
Dios todopoderoso, que, según lo anunciaste por el ángel, has querido que tu Hijo se encarnara en el seno de María, la Virgen, escucha nuestras súplicas y haz que sintamos la protección de María los que la proclamamos verdadera Madre de Dios. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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