¿Cuál es el verdadero ayuno?
Iniciada ya la Cuaresma, hoy, somos
invitados a revisar nuestras vidas, para fomentar una verdadera actitud de
conversión. Y se nos propone profundizar en el ayuno. Pero los
humanos podemos añadir a este concepto capas de error y confusión, centrándolo
en algo meramente exterior, sin alma ni corazón, artificial. Por eso, el
evangelio de hoy, uno de los más cortos, o acaso el que más, con ¡¡58
palabras!!, va a darnos la clave. Jesús nos dice que, quedarnos sin él, (que es
lo más necesario y fundamental), es una verdadera situación de ayuno.
Sin embargo, la Iglesia, a través de la
lectura y el salmo, nos va a facilitar unas pautas para profundizar en ello.
Primero se nos propone el sentido verdadero
del ayuno, “si queremos acercarnos a Dios”; “si queréis que se oiga vuestra voz
en el cielo” y para que sea un “día agradable para él”. Luego, Isaías, nos
indica los medios que se
centrarán, sobre todo, en relación a los demás y en positivo; “soltar las
cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a
los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con
el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a
quien ves desnudo”. Todo un programa para contrastarnos y traducir en
esta Cuaresma.
“El día que te convenzas de que eres
nada, comienza tu salvación”, nos recuerda el P. Tomás Morales en alguna de sus
obras. Esto tiene que ver con la invitación del Salmo a que reflexionemos;
“pues yo reconozco mi culpa/ tengo siempre presente mi pecado”. Desde esta base
de realismo, nos prepararemos a pedir misericordia al Señor, por su bondad y
compasión, en la seguridad de que “un corazón quebrantado y humillado, tú, Dios
mío, no lo desprecias”. ¿En qué podemos concretar nuestra petición de renovación? Atención a los
tres verbos que indica el salmista: “borra mi culpa; lava del
todo mi delito, limpia mi pecado”. Somos pues invitados a
vivir una doble actitud: el
arrepentimiento que es reconocer la maldad de la propia
conducta y dolernos de ella. Y, por otra parte, a la conversión que es la vuelta a Dios y es el término
que completa la penitencia.
Entonces, no se harán esperar los
frutos en nuestra vida, como nos indica el profeta; “surgirá tu luz como la aurora,
enseguida se curarán tus heridas,
ante ti marchará la justicia,
detrás de ti la gloria del Señor.
Entonces clamarás al Señor
y te responderá; pedirás ayuda
y te dirá: “Aquí estoy”».
Pedimos a nuestra Madre, que nos alcance
la gracia de vivir a lo largo de la Cuaresma, desde el arrepentimiento, para
una auténtica conversión. Y que se puede concretar también en “un corazón
amante sin exigir retorno, gozoso de desaparecer en otro corazón, que no se
cierre ante la ingratitud, ni se canse ante la indiferencia”.