21 febrero 2020. Viernes de la VI semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Llegamos ante el Señor actualizando nuestra fe en su presencia real y verdadera. ¡Dios está aquí! ¡El Señor te llama y te espera! Con la humildad de María acogemos el don del Espíritu Santo para dejarnos llenar totalmente por Él y ser iluminados por la Palabra.
No hay que engañarse. Dios no se contenta con hermosos sentimientos. La «fe» que no se expresa nunca con obras es una fe muerta. El amor que no se expresa nunca está a punto de morir si no está muerto ya. ¿Qué hago para cuidar y acrecentar la llama de mi fe?
La «práctica» de la Fe consiste, ante todo, en «la verdadera caridad en nuestra vida cotidiana». Y puedo preguntarme con sinceridad: ¿se nota en mí? Señor, ayúdame y ayúdanos a ser lógicos con nuestras convicciones profundas. ¡Que mi fe abrace toda mi vida concreta y transforme cada uno de los minutos de mi semana!
La existencia del cristiano está definida por la de Jesús: seguir e imitar... reproducir y estar en comunión... venir a ser otro Cristo... ¿Qué importancia doy, en mi vida al conocimiento y a la imitación de Jesús? ¿Qué parte tiene la "renuncia a mí mismo"? ¿Cómo se traduce, en mi vida cotidiana, esta invitación de Jesús?
¡Atención, atención! Jesús, que acaba de anunciar la “cruz para sí”, habla inmediatamente de la “cruz para los discípulos”. El único camino de la gloria es el de la cruz, tanto para sus discípulos como para él. No hay dos categorías de cristianos... Jesús lo dice a todos.
¡Paradoja del evangelio! Quien “gana” pierde. Quien “pierde” gana. Resuena en nosotros aquella expresión de Abe, el “ganapierde”.
Verdaderamente lo que hay aquí es la cruz para Jesús. Y lo evocado es la persecución para los cristianos. Hay que aceptar sacrificar la propia vida por fidelidad a Jesús y al evangelio.
Para los primeros lectores de Marcos en Roma, esto significaba precisamente que un candidato al bautismo era a la vez candidato al martirio: ser cristiano implicaba un cierto peligro, (hoy en día podríamos hablar de un martirio “no cruento”) y la decisión debía hacerse con pleno conocimiento de causa. Si Jesús invita a "sacrificar su vida", es que también puede "salvarla": la resurrección es la clave.
“Perder su vida” significa que no hay vida cristiana sin renuncia de sí mismo. La vida, siguiendo el evangelio, no es una vida fácil. Pero, al mismo tiempo, Jesús pone paralelamente “el universo entero”. Por la renuncia se trata en efecto de que "me" realice en plenitud.
Como las gentes de su tiempo, podemos terminar preguntándonos: “¿Quién es pues Jesús para tener tales exigencias?”
Quiero confiar en ti y creer en tu palabra, Señor. Mis renuncias, mis opciones, mis fidelidades, y mis cobardías... comprometen mi vida eterna: esto es algo muy grande, muy serio, algo que vale la pena.

Archivo del blog