El evangelio de este día nos recuerda que somos
discípulos misioneros, que no podemos separar nuestra vida de la misión que
hemos recibido: “Yo soy una misión”, nos he escrito el Papa Francisco. Los Doce
Apóstoles son llamados y enviados con la fuerza del Espíritu Santo a “predicar
la conversión”, es decir, a hacer que los hombres se vuelvan a Dios y así sus
vidas se llenen de luz, sus tinieblas se alejen y queden curados del poder
destructor del pecado.
Las instrucciones de Jesús siguen siendo actuales para
desempeñar esa misión de mi vida y ser apóstol allí donde estoy:
- “De dos en dos”. ¿Por qué el Señor envía de dos en
dos? para que podamos dar testimonio de caridad y de unidad entre nosotros.
“Esta es la señal por la conocerán que sois mis discípulos: si os amáis unos a
otros”.
- “Dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos”:
el protagonista de la misión es el Espíritu Santo; nosotros somos instrumentos.
Si confiamos en ÉL, si nos ponemos en sus manos, si le invocamos con
frecuencia, veremos sus grandes acciones: “Para mantener vivo el ardor
misionero hace falta una decidida confianza en el Espíritu Santo, porque Él
«viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rm 8,26). Pero esa confianza
generosa tiene que alimentarse y para eso necesitamos invocarlo constantemente”
(Evangelii gaudium).
- “Ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja”:
la misión de la Iglesia no se sostiene por el poder humano, sino por la fuerza
del Espíritu. Por eso, la pobreza y la confianza en la providencia es distintivo
del apóstol. Si ponemos la confianza en los medios que tenemos, no la ponemos
en Dios que es que convierte los corazones. Ser transparencia de Dios.
A veces experimentaremos rechazo, indiferencia y hasta
persecución. Si es así, acordémonos de los mártires, que entregaros a Dios con
alegría sus vidas antes que negar su fe y su amor a Cristo. Pidamos hoy la
fuerza de los mártires que celebramos: san Pablo Miki y compañeros del Japón.
Meditemos este testimonio de su pasión por Dios, las palabras que pronunció
desde la cruz donde le clavaron junto a otros cristianos:
Pablo Miki, nuestro hermano, al verse en el púlpito
más honorable de los que hasta entonces había ocupado, declaró en primer lugar
a los circunstantes que era japonés y jesuita, y que moría por anunciar el
Evangelio, dando gracias a Dios por haberle hecho beneficio tan inestimable.
Después añadió estas palabras:
«Al llegar este momento no creerá ninguno de vosotros
que me voy a apartar de la verdad. Pues bien, os aseguro que no hay más camino
de salvación que el de los cristianos. Y como quiera que el cristianismo me
enseña a perdonar a mis enemigos y a cuantos me han ofendido, perdono sinceramente
al rey y a los causantes de mi muerte, y les pido que reciban el bautismo».