7 febrero 2020. Viernes de la IV semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Al comenzar la oración, nos ponemos en la presencia de Dios y para ello os recomiendo invocar al Espíritu Santo: Ven Espíritu Santo sobre mí, ilumíname, fortalece mi espíritu y no permitas que hoy haga nada sin contar contigo. Y a la Virgen, esposa del Espíritu Santo: Madre, que la palabra de Dios que voy a meditar me vista con el pensamiento, afecto y significado de fe con el que la Iglesia me la ofrece.  Que esta Palabra recorra conmigo los caminos del mundo según la voluntad de tu Hijo: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes...
La primera lectura es del libro del Eclesiástico y la podemos resumir con el título: “Elogio del rey David”. Nos presenta un resumen de las virtudes del Rey David. Bastantes hombres ocuparon el puesto de rey en Israel, desde Saúl hasta Herodes. Un puesto necesario para los “nuevos” tiempos que vivía Israel, a la vez demandado por el pueblo como se nos cuenta en el capítulo 8 del primer libro de Samuel. Pero de entre todos ellos, destacó David. La primera cualidad que se menciona de él es su valentía, desde muy joven jugaba con leones como con corderillos y siendo tan solo un muchacho, mientras aún cuidaba de las ovejas de su padre, mató al más aguerrido de los filisteos, al gigante Goliat; y lo hizo con un arma nada convencional, con su propia honda de pastor. En segundo lugar, se señala su gran atractivo humano. Las mozas, siendo tan solo un soldado, le cantaban coplas alabándolo por “sus diez mil”, como a un héroe; y esto provocó una tremenda envidia en el rey Saúl. En tercer lugar, se destaca su gratitud: de todas sus empresas daba gracias de todo corazón, con sinceridad a Dios. Finalmente, se resalta su talento artístico y musical que puso al servicio del pueblo y de sus fiestas. Por todo ello, y por su arrepentimiento que aquí no se menciona pero que podemos meditar con el Salmo 50 que la tradición judía pone en sus labios, El Señor perdonó su delito y exaltó su poder para siempre; le confirió el poder real y le dio un trono en Jerusalén.
Después de meditar la primera lectura, el Evangelio nos presenta un tremendo contraste en la persona del rey Herodes. Otro rey de Israel, pero del que no se puede decir que fuera un hombre. Mezquino, supersticioso, melancólico y cobarde. Quería ver a Jesús por la fama que tenía de hacer milagros, o tal vez porque fuera el mismo Juan Bautista resucitado. Ese hombre a quién él mismo mandó cortarle la cabeza de manera cobarde, por no retractarse de un lamentable juramento, por no quedar mal ante los convidados a un banquete. Tremendo contraste entre estos dos hombres, ambos desempeñan el mismo oficio, ocupan el mismo cargo, pero qué distintos. Esto nos debe hacer reflexionar sobre la responsabilidad de cada uno como personas. Muchas veces juzgamos a las personas no por ellas mismas sino el puesto que ocupan. No hay oficios indignos, sino indignos ciudadanos. No hay puestos de primera o segunda categoría. No basta por sí solo con ejercer un cargo, hay que ejercerlo con responsabilidad…con dignidad. 
Al principio de la meditación invocábamos al Espíritu Santo para que nos ayudara a vestirnos con la Palabra y a seguir su camino. Ahora al terminar, metidos en el corazón de la Virgen, le pedimos a ella que nos dé fuerza para vivirla y encarnarla en la cotidianidad, entre los hombres.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

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