5 febrero 2020. Miércoles de la IV semana del Tiempo Ordinario – Santa Águeda – Puntos de oración


Preparamos nuestro corazón para el encuentro con Jesús, invocando al Espíritu Santo, repitiendo pausadamente las invocaciones: “Ven Espíritu Santo”, “ven dulce huésped del alma”.
Pedimos ayuda a la Madre: “Madre, tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle, tu corazón para amarle”. No nos olvidamos de san José, nuestro maestro de oración. Le invocamos: “San José, enséñanos a orar, cuida de nuestra perseverancia”.
Previamente, nuestro último pensamiento al acostarnos debe ser para preparar este momento de encuentro con Dios. ¿Qué voy a hacer al levantarme? ¿A dónde voy? ¿Con quién me voy a encontrar? Hacer composición de lugar de la escena que voy a contemplar, “metiéndome en ella como si presente me hallase.
En la primera lectura, Dios castiga el pecado de avaricia de David. El censo es interpretado por Dios, como un gesto narcisista de David que busca regodearse conociendo el número de sus súbditos.  Por dentro el rey se siente un diosecillo y se repite una y otra vez el número de los que le obedecen.
En el evangelio aparece la envidia, ese pecado capital que nos impide reconocer el valor de los próximos.  Nos gusta que nos reconozcan, nos gusta que nos admiren, nos gusta quedar por encima y al mismo tiempo parece que nos regodea más la desgracia del prójimo que su éxito. Aquella gente de Nazaret no puede aceptar que hayan tenido tan cerca al Mesías y en su memoria está el pensamiento: pero si era como nosotros. La psicología de sus paisanos es la común de los hombres. Nuestra debilidad psicológica es consecuencia de aquel pecado original y si no estamos atentos y protegidos por la gracia, somos veletas que nos movemos al aire de esos siete pecados capitales que nos acompañan en todo momento.
En el primero modo de orar, Ignacio de Loyola nos enseña a discernir cuando nos dejamos llevar por estos pecados. Nos pide encontrar cuál es el que nos domina, pararnos, quedarnos y sobre todo adquirir y tener las siete virtudes a ellos contrarias. (E.E.245).
Lo más importante, lo descubrimos en el salmo de hoy el número 31. En forma de bienaventuranza proclama la dicha esencial de haber sido perdonado. Todo hombre es pecador, pero la iniciativa de Dios consiste en adelantarse a salvar.

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