Preparamos nuestro corazón para el encuentro con Jesús, invocando al
Espíritu Santo, repitiendo pausadamente las invocaciones: “Ven Espíritu Santo”,
“ven dulce huésped del alma”.
Pedimos ayuda a la Madre: “Madre, tus ojos para mirarle, tus oídos para
escucharle, tu corazón para amarle”. No nos olvidamos de san José, nuestro
maestro de oración. Le invocamos: “San José, enséñanos a orar, cuida de nuestra
perseverancia”.
Previamente, nuestro último pensamiento al acostarnos debe ser para preparar
este momento de encuentro con Dios. ¿Qué voy a hacer al levantarme? ¿A dónde
voy? ¿Con quién me voy a encontrar? Hacer composición de lugar de la escena que
voy a contemplar, “metiéndome en ella como si presente me hallase”.
En la primera lectura, Dios castiga el pecado de avaricia de David. El
censo es interpretado por Dios, como un gesto narcisista de David que busca
regodearse conociendo el número de sus súbditos. Por dentro el rey se
siente un diosecillo y se repite una y otra vez el número de los que le
obedecen.
En el evangelio aparece la envidia, ese pecado capital que nos impide
reconocer el valor de los próximos. Nos gusta que nos reconozcan, nos
gusta que nos admiren, nos gusta quedar por encima y al mismo tiempo parece que
nos regodea más la desgracia del prójimo que su éxito. Aquella gente de Nazaret
no puede aceptar que hayan tenido tan cerca al Mesías y en su memoria está el
pensamiento: pero si era como nosotros. La psicología de sus
paisanos es la común de los hombres. Nuestra debilidad psicológica es
consecuencia de aquel pecado original y si no estamos atentos y protegidos por
la gracia, somos veletas que nos movemos al aire de esos siete pecados
capitales que nos acompañan en todo momento.
En el primero modo de orar, Ignacio de Loyola nos enseña a discernir cuando
nos dejamos llevar por estos pecados. Nos pide encontrar cuál es el que nos
domina, pararnos, quedarnos y sobre todo adquirir y tener las siete
virtudes a ellos contrarias. (E.E.245).
Lo más importante, lo descubrimos en el salmo de hoy el número 31. En forma
de bienaventuranza proclama la dicha esencial de haber sido perdonado. Todo
hombre es pecador, pero la iniciativa de Dios consiste en adelantarse a salvar.