Espero que te ayuden estas palabras que
te pongo a continuación para llevar a cabo con fruto este rato de oración.
Sería bueno, si es posible, que realices tu rato de oración delante de Cristo
en la Eucaristía. Si no es posible porque no cuentas con esta posibilidad,
dedícale este tiempo al Señor en la soledad acompañada por Él.
Empezamos nuestra oración invocando al
Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego
de tu amor”.
Como siempre en su Palabra, el Señor nos
manifiesta el amor infinito que nos tiene.
Las lecturas que nos ofrece hoy la
Iglesia nos hablan de nuestro pecado y de la Misericordia infinita de Dios para
con nosotros. La lectura del libro del primer Libro de los Reyes nos cuenta la
historia del pecado de Jeroboán. Jeroboán para preservar su poder se miró a sí
mismo, y negando a Dios decidió hacer dos ídolos para buscar que la gente no se
volviese contra él. Se aprovechó de la gente y pecó contra Dios. Hizo que la
gente adorase a dos becerros en lugar de al Señor, y les negó la felicidad
engañándoles. Sólo para preservar y proteger su poder, dando en definitiva la
espalda a Dios. Pero Dios es justo y aniquiló la obra de Jeroboán porque éste
le había dado la espalda y rechazado. Es la Justicia de Dios. Señor, te pedimos
que seamos justos (santos) para que nunca nos dejemos arrastrar por el pecado y
negarte a sabiendas. Y, sobre todo, que no arrastremos al mal a la gente que
tenemos alrededor. Por eso Señor, te pido misericordia entonando la antífona
del Salmo “Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo”. Acuérdate de mí
Señor, ten misericordia de mí, ten piedad de mí que soy un pecador. Ten
misericordia de mí cuando me mire a mí mismo y quiera enaltecerme o elevarme
sobre los demás. Ten piedad de mí Señor, ¡bájame!, no me dejes pecar. Hazme,
Señor un hombre nuevo, acuérdate de mí.
Para seguir con la oración de hoy te
propongo que medites la lectura del Evangelio. En él verás la respuesta
misericordiosa del Señor; Él no nos abandona. El Señor tuvo lástima de la gente
que quería escucharle y acompañarle, porque no tenían qué comer. ¡Tuvo lástima!
Esa es la Misericordia del Señor. La gente se fio de Él. Eran capaces de llevar
tres días sin comer para poder escuchar las palabras de Jesús, lo que Él les
quería decir personalmente. En definitiva, necesitaban de Dios y confiaban
totalmente en Él porque lo seguían en despoblado, aun sin poder comer. Y Dios,
de la nada, sacó lo que cada uno necesitaba. Esos panes y esos peces que les
dona es lo que particularmente necesita cada uno para vivir.
La confianza en el Señor es lo que nos
lleva a ser felices y eso, y nada más, es lo que necesitamos para vivir, la
felicidad que brota del encuentro con el Señor. Jeroboán no confió en Dios,
confió en sí mismo y arrastró a su pueblo a la perdición. Jesús arrastró a su
pueblo, que se fio de Él, al despoblado, y de ahí a la felicidad. Eso es pura
Misericordia de Dios. Y tú, ¿te fías del Señor como los discípulos o te miras a
ti mismo como Jeroboán? Un camino y lleva a la felicidad y él otro a la
perdición. ¿Quieres ser feliz? Si la respuesta es sí, está claro, serás eternamente
feliz por la Misericordia infinita de nuestro Dios.
Le pedimos a nuestra Madre la Virgen
María que nos guíe de la mano en el camino de la confianza en el Señor. Ella se
fio plenamente. “Madre, ayúdame a fiarme a mí también”.