En distintos momentos durante nuestra vida nos vemos en situación
límite, “con el agua al cuello”. Así es como se encontraba Ana, mujer de Elcaná,
al no poder tener descendencia. Por ello, sube al templo a desahogarse
ante el Señor. Y su modo de orar era, llorando a todo llorar pues
la congoja y aflicción la habían roto en gran manera.
Una oración tan sincera y tan llena de fe, no deja de tener su
fruto, Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso de nombre Samuel. Así
es como el Salmo certifica que es el Señor quien da la muerte y la
vida… el que levanta del polvo al desvalido y alza de la
basura al pobre.
Es cierto que hay circunstancias que parecen empeñarse en hacernos creer
lo contrario. Que estamos solos ante el peligro, o que no hay
salida, que yo o la situación que atravieso no tienen remedio.
En el evangelio se nos presenta otro caso como es la sanación de un
endemoniado por parte de Jesús. Nos lo relata Marcos 1,21-28. Ahí se hace esta
afirmación: se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba
como los escribas, sino con autoridad. Gracias a la cual
puede decir, Cállate y sal de él.
¿Tendremos la fe, la confianza y el amor a Jesús suficiente como para
llevarle nuestras congojas, nuestros caminos sin salida o la de aquellos con
quienes vivimos? ¿Creemos en esta novedad que Él nos trae?: tener autoridad, “se
me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” Mt 28, 16-20
Santa María, alcánzanos tu fe, confianza y amor en Jesús, Señor y rey de la historia (de la mía y sus circunstancias).