Vivimos un tiempo de increencia generalizada y esta nos afecta, sin
duda. Nuestra fe es sometida a la duda y a la prueba de la increencia y el
materialismo dominantes. Brota a veces espontánea y radical la inseguridad, la
incertidumbre. Tal vez recordamos que, a santa Teresita, la santa de los
tiempos modernos, en sus últimos meses de vida y estando en el carmelo desde
los 16 años, le asaltaron terribles dudas de fe, que ella calificó como un
“sentarse en la mesa de los pecadores”.
El evangelista Marcos, hoy, muestra cómo la fe es compatible con las
dudas y el miedo. La fe es confiar en Dios, en que Él dirige mi vida desde el
amor. A veces, los sentidos nos apremian en dirección opuesta. Solo queda orar
y esperar a la acción salvadora del Señor, a quien el viento y el mar obedecen.
Pedimos hoy en la oración, ojalá en consolación, la perseverancia en la fe y en
la esperanza contra toda esperanza. Lo pedimos por todos los que oramos juntos
en el Movimiento de santa María.
El libro de Samuel nos invita en la persona del rey David a reconocer nuestro pecado, que camuflamos con orgullo y falsas razones. El fruto del pecado es la muerte, el fracaso. La redención del pecado es el amor perdonador y sanador de Dios en Jesucristo. A su misericordia infinita nos encomendamos.