Esta fiesta fue instituida en 1721 y aunque fue suprimida después del
Calendario Romano, ha sido introducida recientemente, para resaltar la
importancia del nombre de Jesús, que significa, ya lo sabemos, “Dios salva”.
Contemplando como estamos todavía al Niño recién nacido en Belén, esta
fiesta nos recuerda la fuerza salvadora de su nombre:
“Al nombre de Jesús, toda rodilla se doble…”
“No hay bajo el cielo otro nombre que pueda salvarnos”.
Como nos pide san Pablo, invoquemos con confianza, de forma continua el
nombre de Jesús. Esa puede ser hoy nuestra oración. Nos ayudarán a ello algunas
de las frases del evangelio de hoy, que nos recuerdan la fuerza salvadora del
Señor Jesús:
“Éste es el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo”.
“Ése es el que ha de bautizar con Espíritu
Santo”.
Repitamos despacio estas palabras, mientras
seguimos en oración sin levantar los ojos de este Niño de Belén.
Nos ayudarán en esa contemplación algunas de
las palabras de la 1ª lectura:
“Mirad que amor nos ha tenido el Padre para
llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”.
“Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no
se ha manifestado lo que seremos.”
“Cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual
es.”
“Sabéis que él se manifestó para quitar los
pecados, y en él no hay pecado. Todo el que permanece en él no peca.”
Ven, Espíritu Santo, llénanos de tu luz, danos la gracia de recibir la Palabra, de acogerla en nuestro corazón y en nuestra vida, y de invocar continuamente su santo nombre, porque la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y a cuantos la reciben les da poder para ser hijos de Dios.