¡Qué personalidad tendría Jesús! ¡Qué poder de atracción! Acudieron
tantos a verle cuando se enteraron de que estaba en el lugar que no cabían en
la casa. Vamos, que hasta entraban por el tejado. Y es que cuando uno tiene una
fe, como la que elogia Jesús en el evangelio, no puede permanecer sentado o
tumbado, lo que le urge es ir a verle, a compartir vida con Él. Y fueron a su
casa, que es el lugar de la intimidad, de la acogida, del compartir. Así pues,
si hoy estás leyendo los puntos, es que quieres acercarte a Jesús. Pídele que
agrande tu fe, para introducirte en su morada, en su casa. Él lo está deseando.
Llama con fuerza y si notas que no accedes o que no te abre, descuélgate por el
tejado. No ceses en buscar su cercanía. Pregúntale que quiere de ti, cuéntale
tus problemas, pídele la curación de tantas dolencias corporales y espirituales
con las que te encuentres. Acércate a la mesa, comulga. Se puede llegar a tal
intimidad con Él.
Y cuando salgas de la casa, de la oración, ya no estarás tullido, paralítico. Podrás correr, manifestar la alegría de haber sido curado, participar a otros de lo que has visto y oído. Tendríamos que ser otra réplica de lo que contemplamos en el evangelio, de tal manera que otros tuvieran necesidad de llenar nuestras casas para conocer de donde viene nuestro gozo.