Situados entre la fiesta del Pilar y la de santa Teresa, intercalamos
una mención a santa Teresa del Niño Jesús, recientemente elegida por la
UNESCO, agencia de la ONU para la ciencia y la cultura, como personalidad
mundial de la cultura para el bienio 2022-2023. Nos ha impresionado a todos y
nos hace volver la mirada sobre ella. A reflexionar sobre los motivos que los
han llevado a hacerlo, sobre su santidad tan exquisita, diría yo, personal y
extraordinaria. La mayor santa de los tiempos modernos, como la calificó el
papa Pío XI. Para mí ha sido un golpe de gracia, porque habían caído varios
libros sobre ella y me había puesto a leerlos justamente al acabar los
Ejercicios, y siendo de nuevo sus lecturas un revolcón a mi vida. Tanto es así
que voy a poneros algunos textos suyos que he subrayado, teniendo además en
cuenta que las lecturas del día de hoy coinciden con algo que ella vivía y de
lo que hablaba en su correspondencia. Así sucede en la primera, en la que san
Pablo nos habla de que estamos destinados a ser alabanza de su gloria. Ella no
dejó de serlo desde que quiso ser ofrenda de su infinita misericordia, que es
la mejor forma de ser alabanza de su gloria.
En el Aleluya: “Que tu misericordia venga sobre nosotros, Señor, como lo
esperamos de ti”. Ella siempre, desde su pequeñez, con una fe grande en su
Amor, con una humilde confianza, se lanzó sobre Sus brazos para que la subiera
en este ascensor maravilloso que conduce a la santidad más plena que se puede
alcanzar.
Y en el Evangelio por dos veces nos dice Jesús “no tengáis miedo,
vosotros valéis mucho más”. Con qué arrojo, como niño atrevido y pequeño que
reconoce su impotencia, se lanzó a Sus brazos, segura de su amor infinito
misericordioso.
“¿Quisiéramos no caer nunca? -se pregunta la santa- ¿Qué importa
que yo caiga a cada instante? Veo en ello mi debilidad, y esto es para mí una
ganancia grande… Por eso os sentiréis más inclinado a llevarme en vuestros
brazos. Si no lo hacéis, es que os gusta verme caída por el suelo… Si es así,
no me inquietaré”.
“No son mis grandes deseos lo que agrada a Dios en mi pobre alma. Lo que
le agrada a Dios es verme amar mi pobreza y pequeñez, es la esperanza ciega que
tengo en su misericordia… Este es mi único tesoro… Es necesario aceptar ser
siempre pobres sin fuerzas; eso es precisamente difícil, pues al verdaderamente
pobre de espíritu, ¿quién lo encontrará? Hay que buscarle en la pequeñez,
deseemos no sentir nada. Mantengámonos, pues, muy lejos de todo lo que brilla;
amemos nuestra pequeñez y nuestra pobreza, deseemos no sentir nada. Entonces
Jesús irá a buscarnos por lejos que estemos y nos transformará en llamas de
amor… La confianza, nada más que la confianza, puede conducirnos al amor.” (Cuaderno amarillo
5.7.1)
Que nos llene de su misericordia en este rato de oración. Lo hacemos por su intercesión.