Antes de comenzar con la
reflexión del evangelio, me gustaría hacer hincapié en esta frase: “Somos
creados para amar y creados por amor”. Esto nos hace sentirnos hijos amados por
Dios.
Seguir a Cristo no es tarea sencilla, requiere
de renuncias, discernimientos, cambio de prioridades…. El proceso de
encontrarse con Dios en el día a día exige de confianza y sencillez.
Cuando uno confía y sabe que los planes del
Señor no son nuestros planes, es entonces cuando uno se hace humilde y lo deja
todo en manos de Dios.
Decía Ignacio de Loyola: “No el mucho saber
harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente”.
Con esta acepción podemos establecer una
similitud con uno de los actos que suceden en este pasaje, la entrada por la
puerta estrecha.
El Señor nos está continuamente invitando a
hacer las cosas de la manera más sencilla (que no significa pobre), humilde y
entregada posible. Esto consiste en empequeñecerse, en saber decir pequeños
noes para poder decir un gran SÍ a Cristo.
Este aprendizaje nos lo transmitió de manera fructífera Abelardo de Armas, cuando hizo alusión a las manos vacías, llegar al cielo pudiendo haber sido los últimos, pero realmente siendo los primeros en su Reino.