“Pablo, pasa a Macedonia y ayúdanos”. Vemos la prioridad de la
llamada del Señor a la evangelización y el esfuerzo que ella comporta. San Pablo prosigue su obra misionera. Su afán es que todos los
hombres conozcan a Cristo, crean en Él y se salven. Él se
desvive por proclamar el mensaje evangélico a todos. También a nosotros, en
el siglo XXI, nos está urgiendo el Espíritu a que demos testimonio de la fe y
anunciemos la Buena Noticia de Jesús, fuente de salvación.
“No sois del mundo, sino que yo
os he escogido sacándoos del mundo”.
La suerte de los discípulos de Cristo en este mundo no será mejor que la de su
Maestro: ellos también, como Cristo, serán odiados y perseguidos por los
hombres. Nosotros, por ser discípulos de Cristo, ya somos signo de contradicción,
pero debemos resplandecer para iluminar y que el Padre sea glorificado por
nuestras buenas obras.
Al hacer memoria de Santa María, en su advocación de Nuestra Señora de Fátima, que sintamos y escuchemos atentamente esa voz del Espíritu. Pongámonos a los pies y en el corazón de María, la Virgen que escuchaba atentamente y rumiaba con amor las palabras y acontecimientos de la vida del Señor, y dejémonos ganar por su gracia.