Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu
Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Estamos en unos días donde el tiempo de Pascua está ya bastante avanzado.
El Señor resucitado sigue con nosotros, se hace presente en nuestra vida y nos
acompaña. Faltan sólo dos semanas para el día de Pentecostés, la fiesta del
Espíritu Santo, donde Jesús derramó sobre los apóstoles el verdadero Amor; como
un día también lo hizo plenamente con nosotros mediante el sacramento de la
Confirmación.
En las lecturas que hoy nos ofrece la Iglesia ya se nos anticipa este
derramamiento del Espíritu Santo. La primera lectura nos narra como el Espíritu
le abre a Lidia el corazón para acoger la Palabra de Dios, a través del apóstol
San Pablo. Se derramó el Amor sobre ella e, incluso, tan inflamada de Amor,
pidió el Bautismo para ella y toda su familia. ¡Qué confianza tan grande en
Dios! Te invito en este punto a que medites cómo acoges el don y el Amor de
Dios en tu vida. ¿Dejo que su Amor me inunde y embargue totalmente, o sólo le
dejo un hueco libre y pequeño en mi corazón? ¿Le amo por entero, o no le dejo
espacio? Recuerda: Dios es enorme y da a manos llenas, y quiere ocupar todo tu
corazón si se lo permites; porque como dice el Salmo, el Señor ama a
su pueblo.
En la lectura del Evangelio, el Señor nos promete el día de Pentecostés,
así como este derramamiento de su Amor. Nos anima a acogerlo para encomendarnos
su misión, y nos dice que no tengamos miedo a la persecución, porque nos
enviará al Defensor. Con Él en nuestro corazón no hay nada que temer.
María Inmaculada, Madre, hazme como tú, sencillo y limpio de corazón, para que pueda acoger el Amor de Dios derramado en mí. Hazme uno contigo en el corazón de Cristo.