Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que a estos?
Esta es la pregunta que le hace Jesús a Pedro, tres veces.
Es cierto que tendemos a sentirnos fracasados o decepcionados cuando
fallamos a la voluntad o a los planes de Dios, pero es él quien, aun conociendo
nuestras debilidades, nuestras miserias, nuestros fracasos, nos dice…
Hijo mío, tú todavía no sabes lo que eres. No te conoces aún, no te has
reconocido del todo como objeto de mi amor, por eso no sabes lo que eres en Mí,
e ignoras las posibilidades que hay en ti.
Despierta y deja los malos sueños: esa fijación en los fracasos y en los
fallos, en los cansancios, caídas y pasos en falso. Todo eso no es tu verdadero
yo. Déjate amar y guiar y... ¡Ya verás!”
Las máscaras que llevas y los disfraces que te pones, te pueden ocultar
a los ojos de los demás, quizás a tus propios ojos también, pero no pueden
ocultarte a los míos.
Bajo todo ello, detrás de todo eso, más allá de tus dudas y tu pasado,
yo te miro, yo te amo, yo te elijo y abro las puertas del cielo para
mostrártelo. Tú eres un hijo a quien quiero. ¡Podría decir tantas cosas...! No
de ese tú qué busca disfraces, sino del tú que permanece en mi corazón y que
acuno cómo padre en mi regazo, del tú que puede aún manifestarse.
Haz visible lo que eres para mí. Sé el sueño hecho realidad de ti mismo.
Activa las posibilidades que he puesto en ti. No hay ningún don al que no puedas
aspirar.
Llevas mi sello, mi sangre y mi Espíritu. Te beso, te amo, te libero, te
lanzo... Te abro a la vida y te hago dueño.
Y si todo eso es lo que yo te hago, ¿qué te impide levantarte, andar y ser?