En el evangelio, Jesús, orando al Padre (Jn 17, 1-11), parece que está
pensando en san Pablo. Y nosotros también podemos tomar fuerzas de esa oración,
para nuestra tarea de testimonio ininterrumpido, en lo cotidiano.
Y es que Pablo llega a despreciar la vida por seguir la vocación a la
que fue llamado: ser testigo del Evangelio. Se dice pronto, pero él
reconoce lo que supone: sirviendo al Señor con toda humildad, con lágrimas
y en medio de las pruebas que me sobrevinieron… Dando solemne testimonio a
judíos como a griegos, para que se conviertan a Dios.
Coherencia, valentía y testimonio que le conducen irremediablemente a la
entrega total: me dirijo a Jerusalén, encadenado por el Espíritu, de ciudad en ciudad,
y me da testimonio de que me aguardan cadenas y tribulaciones.
¿Dónde residía entonces su fortaleza? Bendito el Señor cada día/ Dios lleva nuestras
cargas, es nuestra salvación. / Nuestro Dios es un Dios que salva, / el Señor
Dios nos hace escapar de la muerte. (Salmo 67)
Qué bonito que Jesús haya pedido “por ellos, que están en el
mundo”. Ahí estamos cada uno de nosotros y nuestra vida
cotidiana. Como sabe de nuestras debilidades, nos hace un inmenso regalo: Le pediré al
Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros.
Santa María, alcánzanos coherencia entre lo que creemos y vivimos, llevando con sencillez y valentía el precioso regalo de la fe que hemos recibido.