Para hacer oración con las lecturas de la Misa de hoy os propongo
meternos en la escena del evangelio, como Tomás y Felipe, y no tener miedo de
irle haciendo preguntas a Jesús.
Estamos en el capítulo 14 del evangelio de san Juan, en el discurso de
la Última Cena.
Jesús abre su corazón a los apóstoles, nos lo abre también a nosotros:
«No se turbe vuestro corazón»; «me voy a prepararos un lugar», «volveré
y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros».
Se nos conmueve el corazón ante la intimidad que el Señor quiere tener
con cada uno de nosotros. Conmigo. Me vienen a la cabeza las palabras que tanto
hemos repetido en los Ejercicios Espirituales: Me amó y se entregó a la muerte
por mí.
Pero andamos despistados, muchas veces nuestra oración es así. Imitemos
entonces a Tomás y a Felipe, que comparten su “despiste” con Jesús:
«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Benditos
despistes, que Jesús aprovecha para desvelar un poco más los secretos de su
corazón:
«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por
mí».
Nos viene a la mente una canción, y la podemos repetir “en silencio”,
mientras nos fijamos en cómo Jesús, además de señalarse a sí mismo, nos dirige
al Padre.
Y ante la insistencia de Felipe, tan despistado o más que Tomás, suelta
aquello de:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me
ha visto a mí ha visto al Padre».
El Señor nos lo dice hoy de nuevo a cada uno al corazón: hace tanto que
estoy con vosotros… ¿Y no me conoces…?
Reconociendo nuestras dificultades, no podemos menos que pedir, pedir
continuamente, pedir durante todo el día, con el salmo 32: Que tu misericordia,
Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
7 de mayo, día de la Madre: terminemos la oración mirando a María, cantando a María. Ella acogió la Palabra, la hizo carne, nos la dio y se ofreció como Madre nuestra a no soltarnos nunca de su mano.
