1- "Hombres de
Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y
fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir".
(Act 1, 11)
Parece que fue ayer cuando celebrábamos la fiesta de la resurrección, la
octava… y llegamos a los cuarenta días en que nos hemos habituado al gozo de la
Pascua. Y sentimos la honda pena de que el Señor se nos va, “asciende” y
seguimos embobados mirando al Cielo, como queriendo subir o queriendo retener
al Señor.
Fray Luis de León nos lo comparte bellamente en su oda:
“¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, obscuro, con
soledad y llanto; y tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?”.
El mismo Jesús nos da la respuesta. La cruz nos lleva a la luz. Es
inevitable. Para subir hay que bajar. Para dar fruto hay que enterrarse como la
semilla en el surco. Jesús vendrá y vendrá glorioso.
El mismo Fray Luis culmina su poema: “Dulce Señor y amigo, dulce padre y
hermano, dulce esposo, en pos de ti yo sigo: o puesto en tenebroso o puesto en
lugar claro y glorioso”.
2- “El Señor asciende entre
aclamaciones, el Señor al son de trompetas”. (Salmo 47)
¡Gracias, Señor, por tu triunfo, por llegar a la meta, por abrirla y
conseguirla para mí, para todos! Tu triunfo, tu aplauso, tu ascenso es el
nuestro.
3- “Que el Dios de nuestro
Señor Jesucristo … ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la
esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia
entre los santos”. (Ef 1, 17)
¿Qué más puedo pedir? ¡No hay mayor riqueza ni tesoro que la gracia
sobrenatural, que la gloria de los santos a la que me llamas, me conduces, me
llevas!
4- “Vayan, y hagan que
todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he
mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo". (Mt 28
16)
Sí, Señor, gracias por este mandato, que es la mayor responsabilidad y el gozo más grande. Ser tu discípulo y misionero y compartir tamaña riqueza con todos, hasta el mundo. Esto sí que es preparar un nuevo Pentecostés, sabiendo que me has elegido para lo que más, para estar siempre contigo, para participar de tu misma vocación y misión. Y me pongo a cantar: “Nos envías por el mundo a anunciar la Buena Nueva, a ser, como María, un nuevo Magníficat, para vivir siempre contigo, ¡y en todo, AMAR Y SERVIR!