Estamos a cuatro días de que se cumplan los cuarenta, número bíblico
cuyo significado es de cumplimiento perfecto de las obras de amor de Dios hacia
el hombre. Por eso, sube a los cielos, pero no nos deja huérfanos. Nos ha ido
preparando y en el evangelio de este domingo de una manera especial.
Empieza con el consejo núcleo de su mensaje de amor: “Si me amáis,
guardaríais mis mandamientos”.
Sigue con la promesa de un envío, ¡y qué envío! Nada menos que el
Espíritu Santo, que siempre estará con nosotros porque “no os dejaré huérfanos,
volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis
y viviréis, porque yo sigo viviendo, pero junto al Padre, porque sabéis que yo
estoy junto al Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que me ama es el que
acepta mis mandamientos y los guarda, ESE ME AMA; y el que me ama será amado
del Padre y yo también le amaré y me manifestaré a él”
Mientras escribo esto, se enardece mi corazón, su Palabra es de tal
calibre que penetra hasta lo más íntimo de mi ser. Creo que al que esto lea, le
pasará otro tanto. Es tan grande, es tan sublime, como para volverse loco de
amor por aquel que me hace esta manifestación del amor que me guarda. ¡Cómo nos
quiere! Yo recomiendo volver sobre el texto una y otra vez en nuestra oración,
no sólo de hoy, sino de estos días. Esto es vivir la Pascua.
Me encontraba hace unos días con una persona que acababa sus
veintitantos años con carrera y un buen trabajo, que acababa de recibir los
tres sacramentos en esta Pascua, tan contenta estaba que lo manifestaba su
rostro. Había entendido en toda su grandeza y profundidad lo que acababa de
hacer: incorporarse por el bautismo a la familia de Dios, a tenerle dentro como
alimento y a confirmarlo a todos los que se le acerquen. Es el cielo
anticipado, la antesala.
Mirad:
“Dentro de un poquito no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a
ver”. Parece que juega al escondite, pero es verdad: porque pronto, muy pronto,
le volveremos a ver en el cielo, que es la Pascua definitiva. Aquí, a través de
los sacramentos.
“Os daré otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de
verdad, lo conocéis, mora con vosotros y está en vosotros”.
¡Gracias, Señor, por todo lo que has hecho y dicho, por y para nosotros!
Que Santa María interceda para que este misterio lo ponderemos en nuestro corazón y sea fecundo para las almas y salvación eterna.