Al iniciar la oración, como nos enseña Ignacio, interesa mucho tener
claro lo que pedimos: nuestra petición. En caso de distraernos, recordarla;
esto nos ayuda, en este momento íntimo con el Señor, a estar centrados. Aunque
estemos en Pascua, el pasaje del evangelio de Juan que leeremos me sugiere la
meditación de las dos banderas de la segunda semana de Ejercicios. Por lo
tanto, mi petición sería conocimiento de la vida verdadera que muestra el
sumo y verdadero capitán, y gracia para le
imitar (EE.139).
Jesús se ha dispuesto como esclavo a lavar los pies de sus discípulos.
Pedro, una vez más, nos representa a todos y, en un momento anterior al pasaje
que hoy leemos, dice: “¡Tú… a mí!” Estos dos pronombres
definen bien la actitud de Pedro. No entiende ver a Jesús a sus pies para
lavarle los mismos. Su psicología se revela. A él, que había visto tantas veces
la grandeza de Cristo, verle en servicio de esclavo le crea un conflicto
interno (disonancia cognitiva, diría un psicólogo).
Pero ese es el puesto que elige el sumo y verdadero capitán, que es Cristo nuestro
Señor (EE.143, meditación de las dos banderas) y ese es el
puesto al que nos llama a todos sus siervos y amigos… primero a suma
pobreza espiritual y, si su divina majestad fuere servida y los quisiere elegir
no menos a la pobreza actual; segundo, a deseos de oprobios y
menosprecios, (EE.146, dos banderas). Ese es el puesto que el
Señor ha escogido y este es el que escogen los que quieren estar más próximos a
Él: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo
envía (Jn 13, 17). Decía Carlos de Foucault que él
escogía el penúltimo lugar, pues él último ya estaba cogido.
Que nuestra Señora me alcance gracia de su Hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su bandera, (EE.147, misma meditación antes citada).