En la presencia del Señor, entramos en el tiempo de la serenidad: para poder así percibir el lenguaje de Dios a través de la brisa del silencio.
Para escapar de las redes y engaños del Malo, invocamos a María. Y a los sant@s que más inspiran y estimulan nuestro amor y confianza hacia Dios.
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A través de los textos de la Sagrada Escritura el Espíritu puede conducirnos un poquito más a la espesura del amor de Dios.
En la primera lectura S. Pablo invita a la conducta intachable en las personas que tratan y representan los asuntos del Señor (sus ministros en mayor ó menor grado).
El Salmo insiste en la idea de la primera lectura: “Pongo mis ojos en las personas leales para que estén cerca de mí; el que va por el camino perfecto es mi servidor”.
El Evangelio y su contenido ha sido preparado por las lecturas previas para llevarnos a la cima del “saber estar”: al verla, el Señor se conmovió y le dijo: no llores”
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Profundizando en los textos podemos sentir la invitación a mejorar en todo. Por las palabras de Pablo vemos que así le gusta a Dios, que seamos sensatos, atentos, amables, buenos y serviciales. Y aspirar a mejorar todo. La lealtad, la sabiduría, está en el alma, para saber llevar todos los asuntos que se nos manden y afrontar rectamente con paciencia los problemas. Ser fiel y amar a Dios, seguirle, quererle, y nada ni nadie, nos podrá apartar de su gran corazón. Pero es Jesús quien nos da fuerza para seguir la voluntad del Padre.
Con el salmista podemos decir: ¡Sí! Contaré lo bueno y hermoso que eres y cómo te acercas a mí. Siempre te seguiré por el camino de tu amor.
E incorporar la oración de petición: no me dejes por favor, para que nunca caiga en ninguna tentación. Me haría tanto daño. Y a ti, mi Señor, te ofendería, gran amor de mi vida. ¿Pensamos cuánto es el dolor que le causamos al Padre con nuestras ofensas? Pidamos gracia para luchar contra el mal enraizado en el propio corazón. Y sea nuestro afán el progresar en este sentido. Las palabras del salmo, asimismo nos invitan a la confianza. Al saber que El se fija en los humildes, leales y fieles, y nunca más se alejará de ellos.
¡Qué fácil hacer la composición de lugar en esta escena de la viuda de Naín! Jesús, unido constantemente al Padre, sería empujado por el espíritu a la entrada de la ciudad. Y encontró a la viuda que acababa de perder a su hijo. Meditemos cómo el corazón de Dios es maravillosamente tan hermoso y como sintió lástima. Y hagamos una transposición a la muerte del alma: y, como decía arriba, el corazón del Padre sufre con nuestras ofensas.
Profundicemos en la autoridad de Jesús para decir “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. Es la autoridad para resucitar del pecado a una nueva vida (sólo El puede hacerlo, es el Redentor).
Agradezcamos cada vez que las circunstancias o personas nos han hecho caer en la cuenta de nuestro pecado: es Jesús que se hace el encontradizo para llorar y decir: ¡Levántate!
Supongo que ya piensas conmigo otra cosa que podemos hacer. En el trabajo, con los amigos... existen corazones que agonizan en su pecado. Pidamos la sensibilidad para aborrecerlo y llorarlo. Pero a los pies de Jesús. Quizás alguna vez, Él nos deje ver el fruto de nuestra oración: corazones que sanan y que pasan de la muerte a la vida.