“Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, anunció la alegría a todo el mundo. De ti nació el sol de justicia, Cristo nuestro Dios, que, borrando la maldición, nos trajo a bendición, y, triunfando de la muerte, nos dio la vida eterna”.
En esta fiesta de la Natividad de la Virgen María se concentran innumerables advocaciones de fiestas de la Virgen a lo largo de toda la geografía de España. No queda ciudad o pueblo que no celebre en este momento o el 15 de agosto estas fiestas que siempre nos devuelven la alegría, la paz y la esperanza.
Nos ponemos en presencia de María para que nos introduzca con más facilidad a la presencia de Cristo en la Eucaristía en la oración de este día.
Para que María llegue a ser Madre de Dios, primero tiene que nacer, como una niña, y seguir el proceso de toda criatura. Para vivir para siempre hay que nacer.
¿Por qué hay tantas personas concebidas que no llegan a nacer?
Para nosotros todo nacimiento es causa y manifestación de alegría. No puede ser de otra manera. Lo vivimos cada día entre nuestras familias y amigos. El mayor don o regalo que puede recibir unos padres está en los hijos.
El nacimiento de María fue el anuncio del nacimiento de Jesús, que esta bella oración le define como sol de justicia. Este sol de justicia es Cristo nuestro Dios, que se encarna en Ella para llevar a cabo la Redención de todos los hombres que se hace realidad “borrando la maldición, así nos trae la bendición”.
La mayor bendición es Cristo muriendo en la cruz. Así, triunfa de la muerte y por su resurrección nos regala la vida para siempre, la vida eterna.
Recordamos un texto del P. Tomás Morales.
“Hasta que alboree el día”.
“Con la alegría se entrelaza la confianza. Con ingente regocijo celebremos el nacimiento de María, para que interceda por nosotros ante Jesucristo. Ella, pura, íntegra, inmaculada, arrebata de Dios todo para nosotros. Es la “omnipotencia suplicante” no creadora.
Ella rogará y nos convertirá al Amor. Viviremos cara a Dios, y Él iluminará las singladuras del rudo peregrinar de cada día bajo el sol abrasador,, hasta que “alboree el día y el lucero de la mañana despunte en nuestros corazones” (2 Pe 1, 19).
Pidamos hoy de manera especial a Santa María por las personas consagradas y por las madres de familia para que mirándola vivan la aventura de la fe y sean fecundas.