Hoy la Iglesia celebra la figura de San Jerónimo. Como dijo el Papa Benedicto XVI: “un Padre de la Iglesia que puso la Biblia en el centro de su vida”. ¿Y qué podemos aprender nosotros hoy de San Jerónimo? se pregunta el Papa. Pues que no debemos leer la Escritura como una palabra del pasado, sino como la Palabra de Dios que se dirige hoy a nosotros, y tratar de entender lo que nos quiere decir el Señor, a ti y a mí, aquí y ahora.
Por otra parte, parece que todas las lecturas de este día son una especie de letanía de lamentaciones. En la lectura del Antiguo Testamento, el pueblo se lamenta por haber rechazado los mandatos de Dios. En la lectura del Evangelio, el Señor se lamenta por haber visto rechazada su Palabra y minusvaloradas sus acciones.
Estos días, se me ocurría relacionar estas dos ideas con lo vivido por muchos de nosotros en la Jornada Mundial de la Juventud. Pensaba que lo que vivimos allí (algunos muy de cerca) era la proclamación de la Palabra de Dios para la juventud del S. XXI, es decir, para ti y para mí. Era la manifestación de la acción de Dios a través de un montón de experiencias, personas, providencias, sufrimientos y también rostros. Benedicto XVI es la persona enviada por Dios para explicarnos a los jóvenes de hoy la Palabra que San Jerónimo con tanta devoción estudió y meditó. La palabra de Dios trasciende los tiempos y se dirige también a nosotros con un mensaje para cada uno, un mensaje personal, un mensaje que transforma.
Que no tengamos que lamentarnos nosotros por haber dejado caer en el olvido esta Palabra de vida. Que si en otras ciudades del mundo “se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido” nos dice el Evangelio. En este sentido la JMJ es un punto de partida, es un Pentecostés. Es el comienzo de una nueva etapa para la juventud española, es un fruto que hay que madurar. Hay que evitar que caiga en el olvido. Tengamos en cuenta que la rutina del curso que comienza pronto quiere enterrar lo vivido. Los discursos del Papa, las gracias recibidas, son una siembra que ahora tiene que fructificar.
Que la Virgen María, que “meditaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón” nos ayude a hacer vida la Palabra leída, escuchada y meditada.