1. Introducción:
Copio a continuación unas líneas de lo que escribe D. David Amado Fernández en Magnificat, para comentar el evangelio de este domingo y que me parece muy oportuno e interesante:
“La parábola de los dos hijos nos lleva a preguntarnos qué tipo de respuesta damos a Cristo. Hay personas que siempre contestan de modo agradable a quienes les preguntan porque es una manera de quitarse un problema de encima, al menos de momento. Se trata de decir lo que esperan de nosotros, sin ser a veces siquiera conscientes de lo que se nos ha pedido. También, en ocasiones, respondemos con una negativa, como el hijo de la parábola, porque en tal momento nos molesta que nos interrumpan o no nos apetece hacer lo que nos piden. Pero esa respuesta nos deja intranquilos y, dándole vueltas en nuestro interior, recapacitamos y cambiamos la actitud.
Comentando este texto, el beato Newman señalaba que precisamente la diferencia entre los dos hermanos es que uno medita sobre lo que se le ha pedido y cambia así de actitud. Con este ejemplo, el beato denunciaba un cristianismo rutinario en el que se pronuncian frases sin tener en cuenta su sentido y que acaba conduciendo a la hipocresía o a la ruptura entre lo confesado con los labios y lo vivido. Podemos pensar en las oraciones que recitamos a diario o en las que pronunciemos hoy en la celebración de la santa Misa. En todas ellas decimos cosas relevantes y, aunque sea difícil fijarse en todo, podemos pronunciarlas con mayor o menor atención y sinceridad. Meditando la parábola, vemos que el hijo que dijo «no» mantenía una relación verdadera con su padre. Respondió de aquella manera movido por su instinto, por su deseo de contradecir, su enfado o por cualquier otro motivo. Pero, la voz de su padre siguió resonando en su interior y le llevó a cambiar de parecer. No dejaba de ser la palabra de su padre y él se reconocía como hijo. Por el contrario, el muchacho que respondió afirmativamente para no cumplir su palabra no tenía verdadero respeto a su padre. Había aprendido a vivir sin grandes emociones y evitando el conflicto. Su corazón no estaba para soportar nuevas exigencias ni tampoco para plantearse a fondo la relación con su padre. Aplicada al cristianismo, podríamos decir que esta última actitud trata de dejar a Dios en un lugar eminente pero para no hacerle caso, como si se quisiera así mantenerlo apartado a base de algunas fórmulas por las que la vida cristiana queda reducida a un formalismo exterior que no genera contradicción ni exigencia.”
2. Oración preparatoria hacemos la señal de la cruz y nos ponemos en pie en presencia de Dios. Invocamos la ayuda del Espíritu Santo y rezamos mentalmente la oración preparatoria de Ejercicios: “Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu divina majestad.” (EE 46)
3. Petición: que responda a las exigencias de mi vocación bautismal como Dios quiere, sin rutinas y en verdadero diálogo con el Padre en la oración buscando siempre su voluntad.
4. Composición de lugar: imaginar a Jesús que predica ante los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo.
5. Materia de la oración: meditar en el evangelio, en lo que más nos haya llamado la atención. Volver a leerlo despacio si nos despistamos. Repetir mentalmente alguna estrofa
del salmo 24;: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas”
6. Unos minutos antes del final de la oración: Avemaría o salve a la Virgen e invocación: “Santa María, Madre de Dios, que Le conozca, que Le ame, que Le siga.”
7. Examen de la oración: ver cómo me ha ido en el rato de oración. Recordar si he recibido alguna idea o sentimiento que debo conservar y volver sobre él. Ver dónde he sentido más el consuelo del Señor o dónde me ha costado más. Hacer examen de las negligencias al hacer la oración, pedir perdón y proponer enmienda.