Nos colocamos en la presencia del Señor acompañados de Santa María, que en este mes de Septiembre celebramos varias fiestas en su honor.
Este primer paso de caldear el alma para la conversación amorosa con Dios es de vital importancia. Por eso no debe importarnos el dedicar un espacio de tiempo todo lo amplio que necesite cada uno hasta “sintonizar” con nuestro Padre.
Según se nos indica en la primera lectura de este día, el pueblo de Israel, que estaba deportado en Persia, fue invitado por Ciro a regresar a su tierra para reconstruir el Templo de Jerusalén.
Este es un dato que nos llena de esperanza, lo mismo que les pasó a los israelitas. Estaban hundidos y desalentados por la deportación. Para ellos todo era oscuridad, hasta que, de pronto, el Señor cambió la suerte de Sión, tanto que les parecía soñar, y la boca se les llenaba de cantares.
A lo largo de nuestra vida también en nosotros se dan situaciones que reflejan, más o menos, los mismos sentimientos. Pero nunca hemos de desesperar, porque Dios ama a su pueblo y no le abandona a su suerte.
Una invitación a la confianza, sobre todo en la tribulación.
Si esta actitud serena y confiada va creciendo a lo largo de nuestra oración de hoy, nos hará mucho bien en las diversas situaciones de la vida.
Por otra parte, el Evangelio nos invita a ser testigos de la luz, pues ésta no se pone debajo de la cama, sino en alto para que alumbre. Pero surge una pregunta que te brindo para que te la hagas delante del Señor:
¿Cómo puedo ser yo testigo de la luz de Cristo?
Ante la multitud de respuestas que se pueden dar, te ofrezco la que nos marca la primera lectura: confianza ilimitada en la misericordia de Dios, que nunca abandona a los suyos en la tribulación.
Medita estas tres cosas acompañado de María y se abrirá un horizonte nuevo en tu vida:
- No desesperar nunca en las dificultades.
- Ser testigo de la luz de Cristo.
- Confianza ilimitada en la misericordia de Dios.