24 septiembre 2011, sábado de la XXV semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

El texto del evangelio de hoy es muy breve, tan solo versículo y medio, pero está lleno de contenido y nos ayudará a orientar nuestra oración de hoy. Comencemos pidiendo al Espíritu Santo luz para que nos haga entender el sentido de esta Palabra de Dios y fortaleza para que nos disponga a ponerla en práctica.

1. El contexto: “entre la admiración general por lo que hacía...”. ¿Qué hacía Jesús? San Pedro lo resume en una palabra: “Pasó haciendo el bien” (Act 10, 38). Y lo hacía con autoridad (los fariseos, evidenciando así la ceguera que les dominaba, le recriminarán: “¿quién te ha dado semejante autoridad para hacer esto?” -Mc 11, 27-), a través de signos prodigiosos. Precisamente antes del texto que consideramos Jesús acababa de curar a un muchacho con un espíritu inmundo, y como resultado “todos quedaban estupefactos ante la grandeza de Dios”. ¿Y nosotros? ¿Cómo quedamos cuando vemos la acción de Dios en nosotros y en los demás? ¿Indiferentes, admirados, estupefactos?

2. El mensaje: al Hijo del hombre lo van a entregar”. El sufrimiento, el camino de la cruz, la humillación, es un mensaje que nos cuesta enormemente comprender. Como los apóstoles, no entendemos este lenguaje, nos resulta tan oscuro que no cogemos el sentido, y además, nos da miedo preguntar al Señor sobre el asunto. Él lo sabe, y aplica con los apóstoles y con nosotros su pedagogía. Primero, repetir, repetir, repetir (como decía el P. Morales). De hecho, es la segunda vez en el mismo capítulo que Jesús anuncia su pasión (lo escuchábamos en el evangelio de ayer). En el texto de hoy se trata de un recordatorio, ya que no precisa las circunstancias de su pasión, ni alude a su resurrección. Esa es también la pedagogía que utiliza con nosotros: repetir; sabe que tenemos memoria selectiva, y que tendemos a olvidar enseguida lo que nos cuesta. Y segundo, Jesús anuncia la cruz, cuando los apóstoles experimentan las mieles de la gloria, después del gran milagro. Como escribirá S. Ignacio: “el que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces” (Regla 10ª, 1ª semana, [323]). ¿Experimentamos esta pedagogía divina en nosotros?

3. Jesús, entregado. Jesús, al decir esto, miraría a Judas y, al verle, se le cubrirían los ojos con una fina capa húmeda. Sentía que uno de los suyos, de sus íntimos, de los que le había dado su Padre, se separaba de la unidad, se alejaba y se revolvía contra él. Jesús nos abrirá su alma en la oración sacerdotal en la Última Cena dirigida al Padre: “Yo los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición” (Jn 17, 12). Para Jesús éste es quizá el trago más amargo de la Pasión: va a ser traicionado, entregado, vendido como un esclavo... por uno de sus íntimos. ¡Cuánto nos duele experimentar en nosotros ese adagio cómico de Les Luthiers: “si aquel que dice ser tu mejor amigo te clava un puñal en la espalda, debes desconfiar de su amistad”! Ahora bien, si a nosotros nos duelen estos puñales, ¿cuál será la repercusión en Jesús de tantos puñales y traiciones? Ahora bien, ¿y nosotros, seguro que no clavamos puñales en la espalda de Jesús o de sus “hermanos más pequeños” (Mt 25, 40)? Pensemos, reconozcámoslo y pidámosle perdón.

4. Jesús, entregado por nosotros. Jesús es entregado, es conducido pasivamente, pero esa entrega obedece a una actitud activa: “por esto me ama mi Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente” (Jn 10, 17-18). Y la culminación y la actualización de esta actitud de entrega al Padre por nosotros es la Eucaristía. En las palabras de la consagración escuchamos: “Tomad y comed todos de él porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”. Y así se cierra el círculo: cuando somos conscientes de que Jesús pasa haciendo el bien, hasta el punto de entregarse en alimento por nosotros en la Eucaristía, surge en nosotros la misma actitud de los que le contemplaron en Palestina: “todos quedaban estupefactos ante la grandeza de Dios”. ¿Y nosotros, quedamos estupefactos en cada eucaristía que celebramos, en cada visita al sagrario? ¿Quedamos contagiados por la actitud de entrega del Señor, y esta actitud nos lleva a corresponder a su amor con generosidad, y a entregarnos por los demás, aunque ello nos lleve a experimentar la cruz?

Oración final: Santa María, en este sábado, Tú que experimentaste una espada de dolor al quedar asociada a la redención de tu Hijo, enséñanos a descubrirle en cada una de las cruces de nuestra vida, y Tú que te entregaste a tu Hijo sin reservas, desde el Hágase de la Anunciación hasta el Estar de la Cruz, ayúdanos a entregarnos sin miedos a Él en nuestros hermanos.

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