“¿Por qué tan afligida nuestra Señora?”
San Juan de Ávila, en uno de esos sermones que hacen llorar a las piedras, pregunta una y otra vez al Padre de los cielos por la razón del inmenso dolor de María al pie de la Cruz de su Hijo: “¿Por qué, Señor, afligiste tanto a la Madre y al Hijo? ¿Qué culpa tienen? Ovejas son inocentísimas… ¿Por qué se cuece a Jesucristo en las lágrimas de su Madre?” Y volviéndose a María, se pregunta: “¿Quién agotará tu dolor? No hay ya consuelo para ti”.
Hoy se nos invita a considerar los dolores de la Virgen unida a la cruz de su Hijo, asociada a su Pasión, como nueva Eva junto a Aquél que recrea al hombre con su muerte de cruz: “Adán y Eva perdieron el mundo. Cristo y María lo han recobrado”. Al contemplar su corazón traspasado y sus lágrimas no podemos menos que pararnos en el camino y preguntarnos cómo ese corazón inmaculado, maternal y virginal, de María ha podido sufrir tanto. El Maestro Ávila, que pronto será declarado Doctor de la Iglesia universal, encuentra una profunda razón: para que nadie se sienta desamparado en sus tristezas y angustias, pues mirando a la Virgen encuentre consuelo al entender que sin culpa alguna más padeció la Madre de Dios. Así, quien tuviere alguna cruz –y, ¿quién no la tiene?- “tenga dechado de paciencia en la Virgen y diga: Pues más trabajada fue mi Señora, la Virgen”.
Los Dolores de nuestra Señora, prolongando la Pasión de Jesús, han de movernos a frutos de conversión al comprender que sufrieron por nosotros, por amor al hombre y a mí en particular:
“Pues por amor de ti atribula el eterno Padre hoy a la Virgen, para que tú saques consuelo y provecho; por tu amor atormentan hoy a la Madre ya la Hijo; sábelo por amor suyo conocer y agradecer; sábete aprovechar. No hayan agora padecido la Madre y el Hijo tan grandes trabajos y tormentos en balde; en balde sería si no hubiese quien se aprovechase del fruto de ellos” (San Juan de Ávila).
“Sábete aprovechar”, nos dice el santo. Seguramente, una forma de hacerlo es recordar el ejemplo del P. Eduardo Laforet, que se sintió llamado a ser misionero por medio del dolor a imitación de la Virgen al pie de la Cruz. Ella nos enseña el valor redentor de la cruz de cada día, llevada con amor a Dios y a los hermanos. Dejemos que nuestro querido Eduardo, nos dirija las últimas palabras de estos puntos de oración:
- Un misionero de la + es aquél que sabe descubrir el sufrimiento y transformarlo en oración, repitiendo constantemente en su corazón: “Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores”.
- El misionero de la + vivirá siempre en unión con María, que le ha sido dada como Madre al pie de la Cruz. Para más amarla e imitarla meditará los misterios de su vida en el rezo diario del Santo Rosario.