Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón
Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
Celebramos hoy la fiesta de Nuestra Señora del Pilar. Cuenta la tradición que, estando el apóstol Santiago, el hermano de Juan, predicando en España, por las riberas del Ebro, allá por el año 40, se le apareció la Virgen María, madre del Señor, en cuerpo mortal, sobre un pilar, para reconfortarle y darle fuerzas para cumplir el mandato de Jesús: “id al mundo entero y predicad el Evangelio, bautizando a la gente en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Este es el comienzo de una historia de amor, cariño, confianza de una madre y de una predilección de ella sobre una nación como es España. María siempre ha sido la que nos ha guiado en el camino de la fe, de una fe personal y de una fe universal en el Reino de Dios en este mundo que vivimos. Fue ella la que abrió el camino en la historia de nuestra salvación y la que nos señaló la forma de actuar en los comienzos de la predicación de su Hijo: “haced lo que Él os diga”.
Esta aparición de la Virgen al apóstol fue una venida extraordinaria ya que fue la primera y la única en que nuestra Madre se apareció en cuerpo mortal, cuando todavía vivía en Palestina. También fue el primer Templo Mariano de la cristiandad, sobre el Pilar en el que Ella misma se apareció. El Pilar de Zaragoza junto con el sepulcro del Apóstol Santiago, forman el eje de la religiosidad y espiritualidad en España.
En las lecturas de la Fiesta que hoy celebramos, aparecen llenas de imágenes y alusiones dirigidas a la Virgen. Ella es la columna fuerte en la que se asienta nuestra fe, es la tienda que nos protege y cobija en los momentos de peligro (Salmo). María es la imagen del Arca de la Alianza, la presencia de Dios en medio de su pueblo elegido, que camina entre nosotros en medio de los peligros (primera lectura). Y María es la creyente por excelencia, que acoge la palabra de Dios y la cumple. Dichosa tú María, porque has creído. Recién empezado el Año de la Fe, con cuanta fuerza tiene que aparecer nuestra Madre, la “creyente”, la que nos ha alcanzado la alegría de la salvación.
Le pedimos a Nuestra Señora del Pilar que nos ayude a comprender la elección que ha tenido sobre España como transmisora de la fe y la expansión del Evangelio por toda la creación, por todo el mundo. Que nos sintamos llamados a coger ese relevo y esa gracia que es la vida de misión a la que todos estamos llamados cumpliendo aquello que Ella nos pide: “haced lo que Él os diga”. María, alcánzanos la alegría de la Salvación, la alegría de ser hijos tuyos.