Hoy el Evangelio nos ofrece la parábola del buen samaritano, en la que Jesús nos deja su autorretrato interior. Pidamos luz al Espíritu Santo para que nos adentre en el conocimiento interno de Jesucristo, para que conociéndole más le amemos, y amándole le sigamos... siendo como Él nuevos samaritanos para el mundo de hoy. Fijémonos en los protagonistas de la parábola, enfoquemos nuestra mirada en ellos como si de una película se tratase...
1. El lugar: el camino que bajaba de Jerusalén a Jericó. La cámara centra nuestra atención en un camino que discurre por parajes áridos y rocosos, sin apenas agua ni vegetación, apto para atracadores. ¿No es el camino de la vida del hombre –nuestro camino– tantas veces así?
2. El hombre que bajaba... Ahora la cámara se fija en ti y en mí y en tantos jóvenes: somos ese hombre, pasajero por el camino de la vida. Ahora el guionista inserta un flashback: en él vemos cómo iniciamos el camino colmados de bienes y riquezas – pensemos en la gracia de Dios–, que se nos dieron por el bautismo. Descuidados (“in- cautos”), solos y confiados en nosotros mismos, nos adentramos en el camino de la vida. La cámara vuelve al momento actual: aparecemos desnudos, molidos a palos y abandonados, medio muertos. Nos vemos maltrechos, llenos de heridas (que Santo Tomás concreta en cuatro tipos: ignorancia, malicia, concupiscencia y debilidad), más muertos que vivos, privados (expoliados) de la gracia y de los demás dones que Dios nos concedió, y al final del todo, abandonados, y desprotegidos.
3. Los bandidos. ¿Qué ha pasado entre el flashback y el momento actual? La cámara retrocede y enfoca a los bandidos que se alejan con el botín y se ríen del hombre al que han dejado malparado. Son los pecados y sus compinches, es decir, todo lo que nos lleva al pecado: la publicidad engañosa, los falsos amigos, la invitación al consumo desmedido - que vacía los bolsillos y llena de heridas el cuerpo y el alma-..., unidos a nuestra pereza, envidia, impureza, apatía..., y tantos rostros que cada uno podemos reconocer en los bandidos de la película.
4. El sacerdote y el levita. El guionista les pinta como hombres de buena reputación. No tenían ojos ciegos -“vieron” al hombre- pero su alma sí tenía ceguera selectiva: “dieron un rodeo y pasaron de largo”. “Pasar de”: una constante de nuestro tiempo, y más de los que “pasan” en la vida por buenos: no complicarse la vida, ni mancharse las manos, ni pillarse los dedos.
5. El buen samaritano. “Al verlo, le dio lástima, se le acercó”. La cámara nos ofrece sus rasgos: son idénticos a los de Jesús. El samaritano es el fiel reflejo de Cristo, que recorre los caminos de Palestina viendo a los hombres -la multitud hambrienta al pie de la montaña, la viuda de Naín, los enfermos...-, y al verlos, le da lástima, se acerca, y los socorre -multiplicando los panes, resucitando al hijo de la viuda, curándolos...- ¡Es Dios que se acerca, que sale al paso de nuestras necesidades, nos venda las heridas, nos cura poniendo sobre ellas aceite y vino, nos monta en su cabalgadura, y nos lleva a la posada -la Iglesia-, donde nos cuida. Recorramos despacio, como la cámara, su rostro, sus ojos, sus manos... Penetremos en sus acciones, escuchemos sus palabras... y silencios. Y dejemos luego que Jesús nos abrace, cuide, vende...
6. La cabalgadura. La cámara busca ahora un primer plano de la cabalgadura. Diríamos que va sonriendo... No es más que un animal, pero es feliz porque el samaritano se sirve de él para hacer el bien y llevar sobre sus lomos a los heridos del camino. ¿Nos apuntamos a este papel?
7. El posadero... ¡Qué lástima! El carrete no da para más. ¿Habrá una secuela en la que se cuente qué pasó cuando volvió el samaritano a la posada? ¿Abrazó al herido? ¿Qué hizo y dijo el herido? ¿Volvieron a encontrarse más veces...? ¿Y qué ocurrirá en la película de mi vida?
8. Anda, vete y haz tú lo mismo. Es el rótulo que aparece antes de los créditos finales de la película. Que los fotogramas se nos graben en los ojos del alma y en toda nuestra vida, hasta ser prójimos de los que nos rodean: amigos, compañeros, familiares... o desconocidos.
Oración final: ¡Dios te salve, María!, que me deje abrazar por el Buen Samaritano. (P. Morales). Que le conozca, le ame y le siga...
Apéndice: ahí van dos fotogramas que nos cuentan cómo vieron la película dos grandes artistas: Van Gogh y Rupnik.