Hoy el evangelio nos ofrece la parábola del rico necio, que parece pronunciada por Jesús para nuestro momento actual. Pidamos luz al Espíritu Santo, y abramos nuestro corazón para captar lo que el Señor nos quiere transmitir hoy a cada uno de nosotros. Contemplemos la parábola con los ojos de la fe.
1. “Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha...” En realidad el texto de la misa dice: “un hombre rico tuvo una gran cosecha...”, pero prefiero esta traducción -que es la de la Biblia de la Conferencia Episcopal-, porque pone el acento en las tierras y en la cosecha como don. Nos recuerda el tercer punto de la contemplación para alcanzar amor: “considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas” (Ejercicios Espirituales n. 236). Parece que el hombre rico perdió esta perspectiva. ¿Y nosotros? ¿También nos consideramos propietarios de los dones que recibimos?
2. “¿Qué haré?” Es la pregunta que orienta nuestra actitud ante los bienes. Para S. Basilio la respuesta está clara. Comenta: «¿Qué haré? Había una respuesta muy rápida: “Saciaré las almas de los hambrientos; abriré mis graneros e invitaré a todos los que están en necesidad”. Pero piensa no en repartir, sino en amontonar. No quiere desprenderse de sus riquezas para que no aprovechen a los pobres, a semejanza de los glotones que prefieren morir de hartura a dar a los pobres lo que les sobra». Preguntémonos: ¿Y yo? ¿Amontono, comparto o reparto?
3. “Y se dijo…” El rico solo es capaz de hablar consigo mismo; de tanto darse vueltas queda encerrado en su egoísmo y en su codicia; no se aconseja de nadie, ni siquiera habla con Dios. No sale del “yo, me, mi, conmigo”. Pensemos: ¿Hacia quién se dirigen nuestras conversaciones?
4. “…Derribaré los graneros y construiré otros más grandes…” Es la viva imagen de la codicia humana, que nunca se ve satisfecha. Comenta de nuevo S. Basilio: «Y si también llenas éstos, ¿volverás acaso a destruirlos? ¡Qué cosa más necia que trabajar indefinidamente!»
5. “Túmbate, come, bebe y date buena vida…” Parece el anuncio de cualquier valla publicitaria. Es el “comamos y bebamos que mañana moriremos” (Is 22, 13) ¡Qué poco hemos avanzado en veinte siglos! Sigue siendo el eslogan, el ideal de nuestra sociedad opulenta y hedonista. ¿No notamos a veces cómo se nos mete esta mentalidad tan generalizada?
6. “Necio: esta noche te van a exigir la vida…”. El rico es necio porque se promete larga vida, y cree que se la asegura rodeándose de bienes. ¿Y nosotros? ¿No entramos muchas veces en esta categoría? Vivimos como si fuéramos a estar aquí para siempre, como si la muerte estuviera destinada a otros, pero no a mí. Como le gustaba decir a Abelardo: “¿de qué te sirve ser el más rico del cementerio?” La vida no es mía, es un don de Dios.
7. Ser ricos para Dios. Es la conclusión de la parábola. Empezaba así: “Guardaos de toda clase de codicia”; nuestra vida no depende de los bienes que acumulemos. ¿Cómo seremos ricos para Dios? Escribe R. Cantalamessa: «Hay algo que podemos llevar con nosotros, que nos sigue a todas partes, también después de la muerte: no son los bienes, sino las obras; no lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho. Lo más importante de la vida no es por lo tanto tener bienes, sino hacer el bien. El bien poseído se queda aquí abajo; el bien hecho lo llevamos con nosotros». Como dice Jesús en otro pasaje: “Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde estará tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt 6, 20-21)
Oración final. “Santa María, Virgen pobre y humilde: Tú que no acumulaste bienes para ti, sino que te hiciste la esclava del Señor, enséñanos a ser ricos para Dios. Que descubramos en los bienes que recibimos, su misericordia y su bondad”. Y repitamos una y otra vez, despacio: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.