Hoy el evangelio nos presenta a Jesús en diálogo con un fariseo, maestro de la ley.
Jesús no pierde ocasión para acercarse a cualquier persona. Acepta la invitación de un fariseo a comer en su casa.
En esta ocasión la “composición de lugar” es fácil de imaginar y retener. Jesús y el fariseo están comiendo en la misma mesa. Para las culturas orientales la hospitalidad es una virtud que la practican como algo esencial, y se debe corresponder aceptándola. Por otra parte, “compartir comida, para ellos, es compartir vida”.
Compartir es penetrar, si se puede, en el interior de la persona y no dejarnos llevar de las apariencias, casi siempre engañosas a primera vista. A veces, sin darnos cuenta, queremos parecer justos, alegres, generosos. Pero en realidad, cuando me presento ante el Señor y me miro por dentro, ¿qué es lo que descubro en mí? Juzgo a veces por las apariencias de las personas, sin haberlas tratado. Me fijo en la apariencia, no en el corazón. Para ello tengo que quedarme en silencio y aprender a mirar con los ojos de Dios.
Algo parecido le pasa al fariseo, se escandaliza de que el Señor no se lave antes de comer… Entonces como Jesús que se fija más en el corazón que en las acciones exteriores, aprovecha para descubrir la falsedad de la pura observancia de normas minuciosas y mandatos externos.
Nos esforzamos en cuidar nuestro cuerpo, la higiene, el vestido. Escondemos en el fondo un corazón apegado a lo que me apetece en ese momento, como le sucede a un bebé.
Sin embargo nos dice Jesús: “vosotros los fariseos, los cristianos a “medias” limpiáis por fuera la copa y el plato, (el cuerpo y el vestido), mientras por dentro (el corazón) rebosa de robos y maldades (de odio y rencor). ¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro?”.
El Señor nos hace una llamada a fijarnos en nuestro propio interior para descubrir el interior de cada persona. A no juzgar sin conocer. A dedicar un tiempo al acercamiento y al diálogo con esa persona que no me cae bien y juzgo sin conocerla. Y por si no entendemos lo que supone “estar limpio por dentro”. El Señor nos pide que pasemos a la acción:
“Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo”. Ha llegado el momento que nos tenemos que desprender de cosas que nos parecen necesarias pero que son superfluas. Quizás lo que para mí ya no tiene valor, otros lo necesitan. Despréndete de cosas que te sobran, así con en corazón libre, estará dispuesto a servir a las personas cercanas necesitadas.
Texto de Madre Teresa de Calcuta:
“No podemos quedar satisfechos dando sólo dinero; el dinero no es suficiente, pues se puede encontrar en otra parte. Los pobres tienen necesidad de nuestras manos pasa ser servidos, y de nuestros corazones para ser amados. La religión de Cristo es el amor, el contagio del amor”.
Si me esfuerzo cada día de pasar un rato acompañando a Jesús solo en la oración, de ahí sacaré fuerzas para dar parte de mi tiempo a las personas que me necesiten. Le entrego algo de mi tiempo para entrar en relación y dar de lo que tengo en mi interior, especialmente escuchando y acompañando, evitando todo tipo de queja y ser siempre agradecido. ¡Tengo tantos motivos para se agradecido con el Señor y con las personas que me ayudan!
Petición: Santa María del Rosario: ayúdame a descubrir cada día en este rato de oración: que “la Palabra de Dios es viva y eficaz; juzga los deseos e intenciones del corazón”.