Lc 12 54-59
Al iniciar la oración debo ponerme en la presencia de Dios conscientemente, pedir luz y fuerza al Espíritu Santo para que este encuentro con Él sea para su mayor gloria y de cómo el Señor me está esperando para este encuentro.
El evangelio de hoy contiene dos “dichos” de Jesús sin aparente conexión entre sí: lectura de los signos de los tiempos y reconciliación fraterna. Con referencia a la lectura de los signos de los tiempos, hoy el hombre puede leer en la naturaleza y en la historia los signos del futuro mediante el análisis de los indicadores, tanto en lo meteorológico, como en lo económico, etc. teniendo en cuenta los datos del presente.
Es lo que le dice Jesús a sus contemporáneos: “Si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer?” Jesús invita a interpretar el tiempo presente, es decir, que el Reino de Dios está entre nosotros, que es tiempo de gracia y oportunidad de salvación. Por tanto, ha llegado el tiempo de la decisión; y ante el anuncio del Bautista y de Jesús, señal evidente de la llegada del Reino, los contemporáneos de Cristo deberían deducir una conclusión acertada: su conversión. Los “signos” son, ante todo, la persona y los hechos de Jesús: predicación y curaciones, poder sobre la muerte y el demonio, el perdón de los pecados. Y el genitivo “de los tiempos” significa que esos signos manifiestan estos tiempos como decisivos para la conversión a Dios. Ha llegado por tanto, el tiempo mesiánico anunciado por los profetas, (el signo que aporta Jesús es su muerte y resurrección), que no responde a la expectativa que tenían los judíos del Mesías.
¿Responden a nuestras expectativas los signos que Dios nos envía actualmente?
¿Somos capaces de interpretar estos signos para iniciar nuestra conversión? ¿O estamos esperando otro Mesías a nuestra medida y a nuestras aspiraciones terrenas? El discernimiento de los signos de la presencia y acción de Dios requiere una sabiduría que no se aprende en ninguna facultad universitaria, sino que se posee por la fe. Hay que saber mirar y ver con esa luz de la fe, porque el Reino de Dios está ya presente y actuando entre nosotros. Están presentes y actuando en tantos hombres y mujeres que entregan sus vidas al servicio del evangelio, en tantos padres y madres que en fidelidad entregan sus vidas al cumplimiento del deber sin esperar nada a cambio. En tantos jóvenes que intentan vivir las exigencias del evangelio sin importarles el qué dirán ni los gustos personales. En tantas personas anónimas que viven con radicalidad la vocación a la que Dios les ha llamado. Todo ello es reflejo y semilla del signo perenne de Dios que es Jesucristo.
Que Santa María nos ayude a descubrir la importancia de los signos humildes a los ojos del mundo, pero grandiosos a los ojos de Dios.