Primera lectura: El misterio de Cristo y de la Iglesia sobrepasa lo personal e individual: la comunión de todos los creyentes en un solo pueblo, una sola familia, un solo edificio.
Es una llamada a que tengamos un espíritu más universal y ecuménico: a nadie le podemos considerar extraño en esta familia. Por nuestra acogida fraterna, debemos hacer sentir a todos que son ciudadanos e hijos, y piedras vivas de este edificio que siempre está en construcción.
Ahora no será la distinción entre paganos y judíos la que nos preocupa. Entonces sí, porque la sensibilidad de los judíos era fortísima en ese sentido: en el Templo de Jerusalén estaba castigado con pena de muerte el que un pagano se atreviera a pasar un determinado límite. Pero hay otras actitudes parecidas: ¿nos creemos superiores a otros? ¿Tenemos un corazón capaz de comprender y dialogar con los que piensan distinto de nosotros, seguramente con la misma voluntad que nosotros? ¿Practicamos el ecumenismo en nuestra propia casa, en las relaciones entre jóvenes y mayores? ¿Acogemos a los "alejados", a los emigrantes, a los extranjeros? ¿Les facilitamos que se sientan en su casa? ¡Qué hermosa la consigna y la promesa de Pablo: "paz a vosotros, los de lejos, paz también a los de cerca: así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu".
Igual que Cristo hizo caer el muro divisorio entre Israel y el resto de la humanidad, tendrán que desaparecer más muros en nuestra vida personal o comunitaria, para que puedan cumplirse estas perspectivas tan optimistas de Pablo y lo que ya el salmo cantaba: "Dios anuncia la paz a su pueblo".
Evangelio: nos puede ayudar este texto comentado por San Maximiliano Kolbe (1894-1941), franciscano, mártir, en una Conferencia del 13/2/1941, que es una joya avalada por su vida de santidad y martirio:
«Tened encendidas las lámparas»
¿Qué es lo que hay que hacer para vencer la debilidad del alma? Para ellos hay dos medios: la oración y el desprendimiento de sí. El Señor Jesús nos recomienda velar. Es preciso velar si queremos que nuestro corazón sea puro, pero hay que hacerlo en paz para que nuestro corazón quede afectado. Porque puede estar afectado por cosas buenas o por cosas malas, interior o exteriormente. Así pues, es preciso velar.
De ordinario la inspiración de Dios es una gracia discreta: no debemos rechazarla...; si nuestro corazón no está atento, la gracia se retira. La inspiración divina es muy precisa; igual que el escritor dirige su pluma, así la gracia de Dios dirige al alma. Intentemos, pues, llegar a un mayor recogimiento interior. El Señor quiere que deseemos amarle. El alma que permanece en vela se da cuenta cuando cae y que, por ella sola, no puede llegar a no caer; por eso siente necesidad de la oración. La súplica está fundada sobre la certeza de que, por nosotros mismos, nada podemos hacer, pero que Dios lo puede todo. La oración es necesaria para obtener luz y fuerza.
Oración Final:
Dios y Padre de nuestro salvador Jesucristo, que en María, virgen santa y madre diligente, nos has dado la imagen de la Iglesia; envía tu Espíritu en ayuda de nuestra debilidad, para que perseverando en la fe crezcamos en el amor y avancemos juntos hasta la meta de la bienaventurada esperanza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.