Antes de comenzar nuestra oración de hoy, nos ponemos en la presencia de Dios y de una forma especial vamos a traer delante de nosotros la presencia “de la humanidad de Jesús”, como nos aconseja santa Teresa. Imagínate a Jesús con un rostro como más te guste o como lo has visto representar en el arte muchas veces.
“¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”
Es el grito desgarrador del ciego del Evangelio. Ayer, jugando un partido de futbol sala en un centro, con la presencia de minusválidos, se acercó un muchacho de unos 16 años que quería jugar; era totalmente ciego. A mí y a todos los que estábamos se nos cayó el mundo al suelo viendo la imposibilidad. ¡Dios mío, que dolor!
“¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”
Muchos jóvenes hoy son ciegos a la vida de la gracia y ni siquiera piden ser curados, ni llaman a Jesús, ni quieren su compasión. Hoy en la oración debes gritar este grito por los que no lo piden; es necesario pedírselo a Jesús en su nombre: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!” Quizás el Corazón misericordioso de Dios se acuerde de ellos y de nosotros y se apiade de todos.
La misericordia de Dios es grande y creo que no somos capaces de entender hasta dónde puede llegar, estoy seguro que al final nos va a sorprender a todos por su grandeza y su generosidad. Muchas veces me he encontrado con personas que, en parte, justifican su forma de vivir alejados de Dios porque piensan que Dios, si es tan misericordioso, no puede condenarnos al infierno para siempre por no vivir como la Iglesia pide o la sana moral. La verdad es que yo no sé qué contestar muchas veces; pero lo que sí sé es que Dios no se va a quedar corto en su generosidad y en su misericordia. No sé cómo, pero sé que Él nos va a sorprender por el amor infinito que nos tiene.
Por eso, una vez te invito a gritar en tu oración de hoy:
“¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”
P.D.: Si puedes, escucha la siguiente canción del grupo Enmanuel:
