Al comenzar la oración en este día, uno de los últimos del
año litúrgico, hagamos un acto de fe y amor en Jesucristo salvador.
Igualmente un acto de fe en la vida eterna –una verdad de la que hoy apenas se
habla, la Vida que no acaba y que esperamos gozar por la misericordia del
Padre. Nos podemos valer de las palabras de Jesús:
“Yo soy la
resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que
está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.
Santa Teresa que fue
maestra de oración para sus hijas carmelitas y para tantas almas que desde
entonces se han acogido a su método y magisterio, nos enseña que el recuerdo de
nuestros pecados y miserias ayuda a ponerse en la presencia de Dios. La
humildad nos permite ver el amor misericordioso de Dios Padre y no dudar de ese
amor que nos tiene. ¡Ven Espíritu Santo, Ven Padre de las almas pobres y
pequeñas!
Primera
lectura: comienzo del libro de Daniel, Dn 1, 1-6.8-20
El libro de Daniel, en su
primer capítulo nos cuenta la acción de Daniel en el ambiente pagano del exilio
babilónico. Con ello nos enseña que podemos y debemos servir al mundo en que
vivimos. Que debemos estar en el mundo colaborando con todo lo bueno que hay en
él, pero sin “mundanizarse”, en el sentido de llegar a identificarse con sus
modas e ideologías. Daniel se está preparando para servir al rey y lo hace con
responsabilidad, pero sin perder la confianza en Dios y en su Ley. Para ello se
las arregla para dejar los manjares del palacio –que para él son impuros- y
sustituirlos por legumbres. Con ello la palabra de Dios nos enseña que la fe es
un valor de orden superior y que Dios bendice a los que confían en Él.
El
evangelio: Lc 21, 1-4
Estamos en los últimos
días de la vida de Jesús, cercana ya su Pasión en Jerusalén. Su último discurso
versa sobre el fin de Jerusalén, y del mundo. Antes ha enseñado por los
caminos, en las plazas y en las fiestas; ahora enseña en el Templo, pero no
desde donde lo hacen los doctores o los sacerdotes. Jesús se contenta con
reunir a su alrededor a aquellos que de buena gana le quieran oír. Y en medio
de la gente observa a los que depositaban sus ofrendas en el arca del Tesoro.
Vio a los ricos que depositaban sus donativos. Vio también a una viuda
necesitada que echaba unos cuartos, la moneda más pequeña de entonces. Jesús
miró el gesto de los ricos y el gesto de la viuda.
Pidamos a Jesús que nos
enseñe a fijarnos y a mirar los gestos, las actitudes de cuantos nos rodean. A
mirar como lo hizo Jesús. La mirada de Dios, qué diferente a la mirada habitual
de la gente. Jesús dijo: “Esa
pobre viuda ha echado más que nadie. Porque todos esos han echado de lo que les
sobra, mientras que ella, de lo que le hace falta. Ha dado todo lo que
tenía."
La viuda dio todo lo que
tenía para vivir… dio de su indigencia. Que nuestra admiración no se dirija
hacia los gestos aparentes, deslumbrantes sino hacia los pobres, los humildes,
los pequeños.
Finalmente, podemos
concluir con una oración-ofrenda. Siendo muy generosos como lo fue la viuda
pobre que hemos meditado. Dice san Agustín: “Ella
echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más
tener a Dios en el alma que oro en el arca”.