1 – Preparación de nuestra alma para el encuentro con Jesús.
Invocamos al Espíritu Santo, repitiendo pausadamente las oraciones: “Ven Espíritu Santo”. “Ven dulce huésped del alma”. “Sin tu divino impulso nada hay en el hombre, pobre de todo bien”. Trasformando la idea en sentimiento, o por lo menos pedir la gracia para que así ocurra.
“Nada, nada…..”. Que la idea de nuestra pequeñez nos inunde internamente. “Sin Mí, nada podéis hacer”…
Pedimos la intercesión de la Madre: “Madre, tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle, tu corazón para amarle”. Podemos rezar un avemaría sin prisas….
No podemos olvidarnos de San José, maestro de oración. Le invocamos: “San José enséñanos a orar, cuida de nuestra perseverancia”.
2 – Después de pedir ayuda. A mí me gusta empezar la oración recitando el Salmo. Hoy corresponde el salmo 16.
“Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante”.
Que oración más apropiada para tenerla como último pensamiento del día. Como le gustaba a Ignacio, que nuestro último y primer sentimiento del día fuera para el Señor.
3 – Traer a nuestra imaginación la persona humana de Jesús y meternos en la escena del evangelio como si presente nos halláramos.
Hoy debemos ver con nuestra mirada interior a Jesús explicando la parábola de los talentos. Podemos trasladarnos nosotros a Palestina o dejar que nos visite la humanidad de Jesús a nuestro ambiente, nuestros “pucheros” como diría la Santa.
La parábola de las onzas en Lucas o de los talentos en Mateo es la misma. Lucas pone su acento en la introducción, en la boca del mismo Jesús cuando dice de sí mismo: “Un hombre noble partió para una región lejana para recibir la dignidad real y volverse”. Se refiere a la muerte y resurrección del Maestro y la “región lejana” es su tardanza en volver en la parusía; no iba a ser algo inmediato como esperaban las primeras comunidades.
4 – Considerar, más con el corazón que con la cabeza, algunos de los conceptos que nos han sugerido las lecturas de hoy. Me vienen tres ideas: “la madre de los Macabeos”, “los talentos”, “la eternidad”.
En la madre de los Macabeos yo veo a la Virgen. Ella tiene claro lo que es lo mejor para sus hijos y “uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno” al martirio. En el más pequeño nos podemos representar todos y ver cómo la Virgen se vuelve a persuadirle, a persuadirnos, para recuperarle junto con sus hermanos en la eternidad. (Martirio rojo).
En los “talentos” veo el martirio blanco. La laboriosidad constante, honesta, silenciosa que es camino de santidad. Cuando vuelva el Señor, le enseñaremos nuestras manos con el fruto de los talentos que Él nos entregó. Con la ayuda de la Virgen de Nazaret podremos decirle: “al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante”.
La tercera idea es como el nexo de las dos anteriores. El fin o la cumbre de los dos caminos, de las dos formas de martirio: “la eternidad”.
5 – Hacer examen de la oración y ver qué luz nos ha trasmitido especialmente el Espíritu Santo.
A modo de quinta semana de Ejercicios, recordar a lo largo de la jornada esta luz para elevar de vez en cuando nuestro corazón a Dios.
Finalmente no marcharnos de la oración sin pedir la gracia de ser Amigo de Dios.