Con la fiesta de Jesucristo, Rey del universo, concluye el Año de la fe, en
el que hemos redescubierto la belleza y la alegría de la fe para dar un
testimonio más fecundo de la misma ante el mundo. El Himno a Cristo como Señor
del universo que recoge la segunda lectura de san Pablo a los Colosenses
comienza con estas palabras:
“Damos gracias a Dios Padre, que nos ha
hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz”.
Verdaderamente podemos aplicar estas
palabras al don de la fe: le damos gracias a Dios porque compartimos la suerte
del pueblo santo, es decir, la luz de la fe, que cada domingo profesamos unidos
a toda la Iglesia.
Precisamente el Año de la fe nos invitaba
a renovar nuestra profesión de fe. El papa Benedicto XVI en la carta Porta
fidei decía: “Deseamos que este Año suscite en
todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y
renovada convicción, con confianza y esperanza”. Nuestra oración hoy puede ser
recitar con el corazón agradecido el Credo, saboreando todo lo que Dios ha
hecho por nosotros y por nuestra salvación: la creación, la redención, el envío
del Espíritu Santo, la Iglesia, el cielo que nos espera… Este es el Símbolo de
los Apóstoles, el más antiguo del pueblo santo de Dios:
Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,nació de Santa María Virgen,padeció bajo el poder de Poncio Pilato,fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernosy al tercer resucitó de entre los muertos,subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso,y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica,la comunión de los santos, el perdón de los pecados,la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.
Al profesar nuestra fe en la Eucaristía
de este domingo, comprometámonos a vivirla y a testimoniarla ante los demás.
Que nuestra vida no desdiga de lo que dicen nuestros labios cada domingo, sino
que vivamos como hijos de Dios, reflejando el rostro de Cristo en nuestros
gestos y acciones.
Por último, nos ayudará este testimonio
del P. Tomás Morales, que el contó en un retiro de Cristo Rey en 1982,
recordando una vivencia del mes de ejercicios que hizo al entrar en el
noviciado de la Compañía de Jesús, en Bélgica. Hacía pocos años que el papa Pío
XI había instaurado la fiesta de Cristo Rey.
“Hace cincuenta años, Bélgica, tres
meses después de iniciar mi vida religiosa, víspera de Cristo Rey. Habían
precedido doce días de ejercicios, segunda semana, más ocho, primera semana.
Aquello fue una revolución. Estaba haciendo yo oración sólo en aquella capilla
pequeñita, insignificante, no había casi nadie. Víspera de la fiesta de Cristo
Rey. Y entonces, ¿qué? Pues entonces, de repente, sin saber cómo, empezar a
comprender la grandeza del misterio de Cristo, salvación mía, salvación de
todos mis hermanos del mundo. Y empezar a sentir un fuego, para que todas las
naciones de la tierra, es frase de la liturgia, que toda la familia de los
pueblos de las naciones, se sujete al suave yugo de su amor. Esta súplica que
entonces la Iglesia hacía en la Misa recién instaurada de Cristo Rey, se tiene
que apoderar también de nuestras almas, pero no se conseguirá si el fuego del
amor no las quema”.
Pidamos a Jesucristo que nuestros
corazones, llenos de fe, ardan en deseos de ser testigos de luz para este mundo
en tinieblas.