“¡Dichoso el que participe en el banquete del Reino de Dios!” (Lc
14, 15)
En el banquete del Reino eterno,
ciertamente. Pero el Señor, en su amor por nosotros, nos convida cada día al
Banquete de la Mesa Eucarística, a la participación en la comunión de su Cuerpo
y de su Sangre. ¿Nos excusaremos? ¿No acudiremos gozosos y preparados a su
invitación?
Y, como en todo banquete, no faltarán el
agua, el vino, los alimentos; que asimilados por el cuerpo humano comunicarán
(a través de la sangre) energía y vitalidad a todos los miembros del cuerpo.
Agua, vino, sangre. ¿Por qué no detener
nuestra atención en cada uno de estos elementos vitales?
El agua. El medio en el cual
surgió la vida primigenia. El elemento más abundante en la Tierra. Donde hay
agua hay vida. «La tierra estaba desierta y vacía, las tinieblas cubrían el
abismo y el Espíritu de Dios planeaba por encima de las aguas» (Gen 1, 2). El
principal componente del cuerpo humano. Un 75% del cuerpecito del recién nacido
es únicamente agua
El vino. “Bendito seas,
Señor, Dios del universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del
hombre”. Sin vino, imposible celebrar la Eucaristía. “El vino que alegra
el corazón del hombre” (Salmo 104, 15). El vino, “la sangre
fermentada de la uva” (Dt 32, 14). La viña, el símbolo bíblico de
Israel y de su historia con su trama de bien y de mal, de fe e infidelidad).
La sangre. Responsable en el
cuerpo humano de múltiples funciones: transporte de nutrientes, defensa de
infecciones, protección en heridas. Y bíblicamente es el medio de purificación,
de santificación, de alianza con Dios.
Pero estas realidades materiales y
bíblicas del agua, del vino y de la sangre son trascendidas por sus
posibles imágenes espirituales. Que a su vez son unificadas por la
conversión eucarística del agua y vino en la Sangre del Señor: “Tomad y
bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre; sangre de la alianza
nueva y eterna” (Plegaria eucarística).
El agua representa nuestra humanidad.
Pero una humanidad caída, dañada por el pecado original y por el pecado
personal. El vino representa el estado de gracia. Y así como por
intercesión de María (la Inmaculada) convierte Jesús en Caná el agua en vino,
así el perdón, el sacramento de la reconciliación nos hace pasar del pecado
(agua) a la Gracia (vino). El “vino que engendra vírgenes” (Zac
9, 17).
Mas una nueva conversión se ofrece a
nuestra consideración. Del vino (estado de Gracia) a la sangre (estadio de
santificación, de corredención). Y una conversión que se obra gracias al amor.
La conciencia del amor recibido (tras el perdón) nos conduce al deseo de participar
de la misma vida de Cristo, ser corredentores con Él, devolver amor con amor. Y
hemos alcanzado así un estadio que “salta hasta la vida eterna” (Jn 4,
14).
“Y de su costado brotó sangre y agua”
(Jn 19, 34). La humanidad humana y divina de Jesús puesta a nuestra disposición
para experimentar su perdón, comprender su amor y comunicar el mismo a cuantos
nos rodean.
“De la sangre de la uva bebiste vino”
Es Tu Sangre por la cual tenemos vida,Es Tu Sangre que nos limpia de inmundicia,Es Tu Sangre la que al Padre nos propicia,y podemos presentarnos ante El.Confiando en esa Sangre Redentora,Confiando en esa Sangre Protectora,Todo hombre halla vida en esa Sangre,Pues por todos en la Cruz la derramaste.Es Tu Sangre la que va por los caminos,Socorriendo a los prójimos heridos,Es Tu Sangre la que al pródigo perdona,Y al final allá en el cielo…Nos otorga la corona... Corona de Vida y Gracia,Que Tu mi Señor Jesús,Ganaste allá en la Cruz,Por Tu sangre derramada.