“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”.
La palabra de Jesús nunca deja indiferente; siempre tiene algo que decirnos para mejorar continuamente; y en el momento menos esperado puede cambiar nuestra vida. Pero tenemos que estar preparados. ¿Vamos a estar despistados en los momentos más importantes? Estemos atentos: Dios nos tiene grandes regalos cada día; busquémoslos: están en su palabra, en la Eucaristía, en una persona, en un momento de silencio, en una canción, en un abrazo, en una sonrisa...
Siglos y milenios de historia van transcurriendo, con grandes dichas y también tragedias; evolución del hombre, descubrimientos; sensaciones y peligros; la tierra y el universo van cambiando y cada persona presencia una parte muy pequeña de esta realidad. Pero Dios está desde antes, desde siempre, y Él, la Palabra, no pasará, seguirá después, por siempre. El universo se extiende hasta donde aún no sabemos muy bien, pero Él llega aún más allá, porque es obra suya.
Esta extensión que no termina es, en esencia, amor. Pensemos ahora de menos a más lo que nos llena: la comodidad, o estar acomodados económicamente, poder disfrutar de unas tecnologías que nos ahorren tiempo, de poder desplazarnos con facilidad o tener el día algo libre. Subamos un escalón: el poder dormir y comer bien, el tener salud. Pero hay algo que nos llena más que esta autorrelación, y es la relación con los demás: llevarnos bien con los demás, lo cual ya me implica a mí y a la otra persona; pero algunas de estas personas nos importan, son importantes para nuestra vida y queremos hacerlas felices, ¿no? Lo solemos intentar, aunque fallemos; aquí ya va implícito el amor: en las amistades, en la familia... pero para conseguirlo tenemos que llevar las pilas del amor recargadas, hay que ir a la fuente: Dios. La relación con Dios, apoyados en María, que nos une a la Iglesia y nos enseña a orar, es lo que nos da la fuerza para llevar esta alegría del amor a los demás. Y esta escala sólo funciona situando nuestra mirada desde Dios a las personas (y lo demás lo conseguiremos encajar en el puzzle), porque desde lo material (y/o corporal) no funciona. No queramos en esta Peregrinación al Cielo llegar por el camino equivocado; ¡y tampoco por el paseo serpenteante, que se nos puede terminar el tiempo!
Y cuando lleguemos a la Meta veremos al Eterno, y seremos eternos con Él; un amor que no termina nunca, y que “su palabra no pasa”. Porque “los ojos nunca vieron, los oídos no oyeron y el corazón humano jamás podrá imaginar lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. (1 Cor 29) María, Peregrina del Desierto: ayuda a aumentar nuestra fe, enséñanos a caminar, subir, llorar, dudar, esperar, caer y levantarse, y seguir caminando.