Nos dice el evangelio, hablando de Zaqueo, que no era capaz de ver a Jesús porque era bajo de estatura y la gente se lo impedía. Así nos puede pasar a nosotros que la gente nos impida ver al Señor. Que nuestras ocupaciones, nuestras relaciones, el trabajo, el estrés diario, nos impidan ver a Dios aún cuando El esté cerca pasando a nuestro lado. En realidad la culpa no es de la gente que nos rodea, sino de nuestra baja estatura, como Zaqueo. Es nuestra pobre talla humana y espiritual la culpable de nuestra dificultad para ver al Señor cuando pasa a nuestro lado, a través de las personas y los acontecimientos de la vida cotidiana. Por eso es por lo que necesitamos de vez en cuando separarnos de la gente “subirnos a una higuera” para verlo.
Así le pasó a Zaqueo, que separándose de la gente corrió más adelante a un sitio por dónde tenía que pasar. Y así fue, Jesús al llegar a aquel sitio levantó los ojos y le llamó por su nombre. Lo que demuestra dos cosas, la primera y más impresionante es que Jesús ya le conocía y sabía su nombre. Me imagino la cara de sorpresa de Zaqueo… ¡¡me conoce!!. Como dice el salmo: “Tú me sondeas y me conoces, me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos”. Lógicamente, bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Y la segunda, que hay que ponerse a tiro para ver al Señor, o mejor dicho para ser visto por El. Es lo que hacemos cuando nos buscamos unos días, unas horas de retiro. O cuando dedicamos un rato al día a la oración o nos acercamos a confesar. Es cuando le damos a Dios la oportunidad de cruzar la mirada de sus ojos con la nuestra.
Continúa el texto diciendo que, al ver esto, los que estaban alrededor murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.» Y que Zaqueo poniéndose en pie, dijo: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres.» Poniéndose en pie, es decir, aumentando su talla humana y espiritual es capaz de realizar un acto de generosidad... En efecto, la presencia del Señor en la vida de Zaqueo tiene como consecuencia la conversión de un corazón que solo pensaba en sí mismo, en un corazón que se abre a los demás. ¿Realmente Zaqueo era más pecador que los que murmuraban a su alrededor? ¿Eran más generosos los que le criticaban? A veces los supuestos pecadores nos dan lecciones de generosidad a los que nos consideramos santos.