Haremos la
oración sobre lectura de San Pablo. Nos encomendamos a María.
Podemos tener en
la mente la imagen del fariseo y el publicano orando en el templo. Vamos a
poner la parábola en los tiempos actuales. Yo me supongo que el publicano
podría ser el traficante de drogas. El no las consume, pero se aprovecha de la
plata de sus víctimas. O el que cobra la plata a la entrada de un prostíbulo.
¿Y el fariseo? ¿Quién sería el fariseo del siglo XXI? Yo tengo muchas de las
características del fariseo. No todos ellos son malos; ahí está Nicodemo y es
casi mi única salvación. Pero yo y quizás tú, cumplimos su autodefinición: no
robo, no soy injusto, no adultero, hago todos los ayunos y abstinencias que
prescribe la Iglesia y doy el diezmo de todo (bueno, eso no lo llego a hacer).
En este momento me encuentro en una situación peligrosísima, estoy al borde de
que Jesús, mi querido Jesús, me llame “raza de víboras y sepulcro blanqueado”
El publicano ni
se atrevía a levantar la cabeza diciendo “Señor, ten piedad de mí, que soy
pecador” Seguramente se daba golpes en el pecho y tenía los ojos en el suelo.
¿Qué sentido tenían los pecados en su vida? Le habían servido para
muchas cosas malas pero también para una muy buena: arrepentirse, humillarse y
pedir la misericordia de Dios. Humillarse. Es la palabra que aparece en este
pasaje de San Pablo. Por unas razones u otras (que no entiendo muy bien la
argumentación) gracias a sus pecados han alcanzado misericordia. Benditos
pecados. ¿Y si no los hubiesen tenido? No lo se. Al principio habla de la
desobediencia de los paganos y luego de los judíos, pero no lo entiendo
demasiado bien. Si tengo claro que su desobediencia = pecado, les ha llevado a
necesitar y pedir la misericordia y ha sido su salvación.
Ahora puedes
pensar en tus pecados anteriores y alegrarte de ellos porque así te has hecho
pequeño y has extendido las manos al Señor, como los pobres en la calle,
pidiendo su misericordia. Ahora tienes los pecados borrados con la sangre del
Cordero y para Él eres como un trofeo arrancado a su enemigo.
También puedes
pedirle la humildad (los entendidos dicen que solo llega por las humillaciones,
benditas humillaciones). Una vez confesados, puedes dar gracias por los pecados
y por su sangre que te los limpió.
En alguna de mis
épocas de pecador, me parecía que no era digno de entrar en la Iglesia y aun me
daban ganas de salirme, en estas que llegamos al acto penitencial: “Yo me
confieso pecador ante Dios,…” y me viene la gracia divina: La Misa es para los
que son pecadores. Los que sobran son los que no lo son, los perfectos. La Misa
es para mí.
Mira a María y
pregúntala su opinión, a ella, que no tuvo pecado.
Acaba mirando al
crucificado y le pides que te explique algo sobre el pecado y los pecadores.
Seguro que no
entiendes casi nada, pero si yo no entiendo las cosas de Dios, el tonto soy yo,
no Él. ¡Qué incomprensibles son sus caminos! ¡A Él sea la gloria eternamente!
Amén.