Lunes de la XXXI semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Haremos la oración sobre lectura de San Pablo. Nos encomendamos a María.

Podemos tener en la mente la imagen del fariseo y el publicano orando en el templo. Vamos a poner la parábola en los tiempos actuales. Yo me supongo que el publicano podría ser el traficante de drogas. El no las consume, pero se aprovecha de la plata de sus víctimas. O el que cobra la plata a la entrada de un prostíbulo. ¿Y el fariseo? ¿Quién sería el fariseo del siglo XXI? Yo tengo muchas de las características del fariseo. No todos ellos son malos; ahí está Nicodemo y es casi mi única salvación. Pero yo y quizás tú, cumplimos su autodefinición: no robo, no soy injusto, no adultero, hago todos los ayunos y abstinencias que prescribe la Iglesia y doy el diezmo de todo (bueno, eso no lo llego a hacer). En este momento me encuentro en una situación peligrosísima, estoy al borde de que Jesús, mi querido Jesús, me llame “raza de víboras y sepulcro blanqueado”

El publicano ni se atrevía a levantar la cabeza diciendo “Señor, ten piedad de mí, que soy pecador” Seguramente se daba golpes en el pecho y tenía los ojos en el suelo. ¿Qué sentido tenían los pecados en su vida?  Le habían servido para muchas cosas malas pero también para una muy buena: arrepentirse, humillarse y pedir la misericordia de Dios. Humillarse. Es la palabra que aparece en este pasaje de San Pablo. Por unas razones u otras (que no entiendo muy bien la argumentación) gracias a sus pecados han alcanzado misericordia. Benditos pecados. ¿Y si no los hubiesen tenido? No lo se. Al principio habla de la desobediencia de los paganos y luego de los judíos, pero no lo entiendo demasiado bien. Si tengo claro que su desobediencia = pecado, les ha llevado a necesitar y pedir la misericordia y ha sido su salvación.

Ahora puedes pensar en tus pecados anteriores y alegrarte de ellos porque así te has hecho pequeño y has extendido las manos al Señor, como los pobres en la calle, pidiendo su misericordia. Ahora tienes los pecados borrados con la sangre del Cordero y para Él eres como un trofeo arrancado a su enemigo.

También puedes pedirle la humildad (los entendidos dicen que solo llega por las humillaciones, benditas humillaciones). Una vez confesados, puedes dar gracias por los pecados y por su sangre que te los limpió.

En alguna de mis épocas de pecador, me parecía que no era digno de entrar en la Iglesia y aun me daban ganas de salirme, en estas que llegamos al acto penitencial: “Yo me confieso pecador ante Dios,…” y me viene la gracia divina: La Misa es para los que son pecadores. Los que sobran son los que no lo son, los perfectos. La Misa es para mí.

Mira a María y pregúntala su opinión, a ella, que no tuvo pecado.

Acaba mirando al crucificado y le pides que te explique algo sobre el pecado y los pecadores.


Seguro que no entiendes casi nada, pero si yo no entiendo las cosas de Dios, el tonto soy yo, no Él. ¡Qué incomprensibles son sus caminos! ¡A Él sea la gloria eternamente! Amén.

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