Al comenzar la oración de este día
y poniéndonos en la presencia de Dios, nos sentimos acompañados por el pasaje
de Daniel, de la primera lectura, en el que se narra su fidelidad a la oración.
Los que le espiaban lo
sorprendieron orando y suplicando a su Dios. Es una buena manera de permanecer
en la vida y, que, los que nos persigan sea precisamente por fidelidad a
nuestro Dios. Le acusan de que tres veces al día hace oración a su Dios. No estaría
nada mal que cada uno de nosotros viviésemos con esta costumbre arraigada de
tal modo, que aunque nos amenacen con la muerte, como a Daniel, no la dejemos
nunca.
Comenzar con esta composición de
lugar nos adentra en la liturgia de estos últimos días del año litúrgico.
Una invitación evangélica:
“Cuando empiece a suceder esto,
levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”
No es destrucción o muerte lo que
se nos anuncia, aunque haya que pasar por ellos, sino que lo que se acerca es
la salvación en la persona del Emmanuel, Dios con nosotros.
Tres ideas para nuestra reflexión
amorosa en el Señor:
1.
Que como Daniel, cuidemos nuestra oración personal también en las
dificultades.
2.
Todos los poderes y señores de la tierra tienen fecha
de caducidad y serán destruidos.
3.
La salvación está más cerca que cuando comenzamos. Se acerca
velozmente.
Acabamos este rato de oración
pidiéndole a María que nos haga maestros en el trato con el Señor.