¿También vosotros me dejaréis solo…? Señor, ¿a quién vamos a ir…?
El evangelio de hoy es continuación de los de estos últimos días. En ellos Jesús se abre a los suyos y nos descubre el regalo tan impresionante de la Eucaristía, con la que nos ofrece la vida eterna, la resurrección y el alimento verdadero… Ante un anuncio semejante, ¿qué respuesta cabe esperar de nosotros? Pidamos luz al Espíritu Santo para que nos abra los ojos y el entendimiento, y nos ensanche el corazón para reconocer el gran tesoro de Jesús, que se nos ofrece en la Eucaristía y nos introduce en la comunión con él. Para ello podemos fijarnos en la oración en algunos pasajes de este evangelio.
1. Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban… La crítica y la murmuración es uno de los pecados más habituales del ser humano. Pero cuando se dirige a Jesús, su gravedad es extrema. Decían los discípulos: Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso? Y como consecuencia muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él... Esta escena ilustra el escándalo que provoca Jesús. En su tiempo… y en el de hoy ¡Cuántos a lo largo de la historia comenzaron siguiendo a Jesús con frescura, pero llegó un día, como les ocurrió a estos discípulos, en que se echaron atrás y no volvieron a ir con él! ¿Y nosotros? ¿Cómo andamos de crítica? ¿Guardamos algún reproche hacia Jesús? Si es así, abrámosle nuestro corazón, hagamos la crítica en su presencia… y estemos abiertos a escuchar su respuesta.
2. ¿También vosotros queréis marcharos? Contemplemos la escena desde el Corazón de Cristo. ¿Has sentido alguna vez que Jesús te dirige esta pregunta?: “¿También tú te quieres ir? ¿También tú eres de los defraudados por mí? ¿También tú quieres dejarme solo…? ¿Qué te falta a mi lado? ¿Y qué esperas encontrar lejos de mí?” ¿Qué le vamos a responder…?
Comenta Abelardo a partir de la pregunta de Jesús en el evangelio: ¿Hasta dónde llegó la soledad de Jesús? La oración nos lleva a intuir algo, pero nunca suficiente. Porque, ¿quién podrá penetrar en la altura y profundidad del misterio escondido en Cristo Jesús? Nuestro peligro está en evadirnos de todas estas soledades, como si hubieran sido ocasionadas por otros. Estas palabras se me clavan en el alma. Porque al menos yo las siento sobre mí. Y entiendo que cualquiera que sea la deserción cuando uno se aleja de Jesús, éste queda en espantosa soledad. Cuando Jesús pregunta: ¿También vosotros me dejaréis solo? significa que los que se fueron le dejaron solo, abandonado, se separaron, se alejaron de un Corazón que les ama y reclama su vuelta, su presencia.
Esta soledad martillea hoy en una Iglesia que ve alejarse a sus hijos tan queridos. Esta soledad que fue drama de ayer lo sigue siendo hoy en el Corazón de Jesús. Tú, que lees estas líneas, escucha la pregunta de Jesús, misterio insondable de amor y soledad. Él, permanece esperándote. ¡Tiene tantas cosas que decirte!
3. Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Señor: ¡tienes tantas cosas que decirme! ¡Y yo, tanta necesidad de escucharlas…! Oigo tantas palabras que se lleva el viento… ¡Tengo nostalgias de eternidad…! Y sé que…
4. Tú eres el Santo de Dios. Comenta a este propósito el nuevo santo, san Juan Pablo II, en su primera encíclica, Redemptor hominis: El espíritu, el entendimiento, la voluntad y el corazón deben dirigirse a Cristo, el único Redentor nuestro; a Cristo, Redentor del Hombre. Queremos mirarlo a Él, porque solo en Él, Hijo de Dios, hay salvación, diciendo con Pedro: “¿A quién iremos? solo Tú tienes palabras de vida eterna”. Quedémonos remachando estas palabras, una y otra vez en la oración: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo Tú tienes palabras de vida eterna. Tú eres el Santo de Dios…
Oración final: Santa María, Madre del Santo de Dios: tú que fuiste testigo y confidente de las soledades de Jesús, tú que fuiste su consuelo en Belén, en Nazaret, en Caná y en Jerusalén, tú que permaneciste fiel al pie de la Cruz, despierta nuestros oídos y aviva nuestro amor, para que nunca nos echemos atrás y nunca le dejemos solo, sino que le respondamos como Pedro: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo Tú tienes palabras de vida eterna. Tú eres el Santo de Dios…